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Olivia Blanch: "Para bailar mejor, hay que salir de la zona de confort"

La bailarina mallorquina de 18 años es la única española aceptada este año en la prestigiosa universidad holandesa de Codarts, el equivalente europeo de la Juilliard en Nueva York

La bailarina de 18 años Olivia Blanch en el jardín de este periódico. guillem bosch

Olivia Blanch Bruno siempre apuntó maneras pero ahora se confirma como un talento en estado puro. Los acontecimientos lo van confirmando. La joven bailarina mallorquina de 18 años ha sido aceptada en la Codarts University for the Arts, en Rotterdam, una de las más prestigiosas escuelas de artes escénicas y música de Europa, el equivalente de la Juilliard en Nueva York.

"A las audiciones de nuevo ingreso se presentan unas 800 personas y sólo acaban cogiendo a 15 chicos y a 15 chicas de toda Europa", explica Blanch. La mallorquina pasó las pruebas en Barcelona. Y en realidad es la única española que este año empezará en la prestigiosa escuela holandesa. "En la audición que yo tuve que pasar había 60 personas y quedamos siete finalistas.

Tuvimos que hacer pruebas de ballet, de contemporáneo, de improvisación, un examen físico y también tuvimos que presentar un solo coreografiado por nosotros mismos", apunta. "Empecé a las 9 de la mañana y salimos de allí a las 20.30 horas. Fue duro, salí vacía", comenta. Además de tener aprobada la selectividad (Blanch cursó el Bachillerato científico) y pasar estas duras pruebas evaluadas por distintos jurados, Olivia tuvo que redactar una carta de motivación.

"Creo que en Codarts buscan gente con técnica, pero también con personalidad y humilde. No es una universidad elitista", opina. Aunque en ella estén formando a bailarines grandes nombres como el de Jiri Kylian o William Forsythe, entre otros. "Me gusta mucho que el último año en Codarts sea muy práctico y que te permitan estar con diferentes compañías", apunta. Una oportunidad que le podría llevar a probar con una de sus favoritas en estos momentos, la Nederlands Dans Theater.

La bailarina empezó las clases el pasado día 21. La primera semana ha sido "de introducción para conocernos todos". Tiene compañeros de Italia, Francia, Holanda o Polonia y comparte piso en Rotterdam con una chica japonesa que hace cuarto y una italiana de segundo.

Olivia Blanch empezó a bailar con tres años con su madre, la también bailarina Ángela Bruno. "Era más un juego, pero me encantaba", confiesa. El ballet fue la puerta de entrada al mundo de la danza. Después de su paso por una escuela, entró en el Conservatorio para acabar bailando en la propia academia de su madre. "He aprendido mucho en los distintos talleres que ha organizado y que han sido impartidos por coreógrafos invitados", apunta. Entre ellos, cabe destacar a Ruth Maroto o a Alex Frei, quien enseñó a Olivia la técnica Horton y a quien ella considera un auténtico mentor. "Además de mi madre, también han sido mis maestros Roberta Fontana y Desmond Richardson", agrega.

La joven bailarina no sólo supo aprovechar todos estos cursos y el día a día con su madre en Palma, sino que también ha salido todos los veranos fuera. "A los 13 años me fui a hacer un curso de ballet a Nueva York. Y al año siguiente a París. La capital francesa es un lugar al que vamos regularmente en verano con la escuela. En el Dance Workshop hay gente muy interesante de todo el mundo", refiere. También se quedó unos días con la compañía Alvin Ailey American Dance Theater y ha estado en distintos eventos de danza en Italia. "En definitiva, he viajado mucho pero nunca he sido turista", bromea. "Siempre he intentado salir de la zona de confort. Es la única forma de bailar mejor", asegura. "La danza es un sacrificio, un esfuerzo psíquico y psicológico. Para ejercerla, no hay que dejarse comer la cabeza y hay que estar seguro de uno mismo. Requiere constancia, paciencia y pasión", sostiene.

El futuro ideal

El futuro ideal de Olivia Blanch pasa por acabar la carrera de danza en cuatro años y poder trabajar con distintas compañías aprendiendo diferentes repertorios. "Creo que este modo de proceder es importante para desarrollarme como bailarina", apunta. "Después me gustaría empezar a crear mis propias piezas y combinarlo con la interpretación. No necesito ser famosa. Quiero dar lo que tengo dentro, es una necesidad sacarlo y ofrecerlo", considera.

El porvenir de la mallorquina es posible que no se emplace en España, "porque aquí no se valoran las artes", observa. "Me gusta la importancia que le dan los nórdicos a la cultura. Allí la gente va por interés real a los espectáculos, no porque te estire un amigo o amiga o para hacerte un selfie", considera. A los Estados Unidos se los mira con cierto recelo. "Pienso que en lo último que están haciendo están perdiendo la esencia. Están potenciando mucho lo acrobático y lo espectacular, y la danza se trabaja poco a poco, es un lenguaje", asegura.

El ingreso en la Codarts le ha obligado a Blanch a rechazar otras ofertas interesantes de estudios y trabajos. En Madrid, tras una audición, la compañía joven Elephant in the black box la fichó. Y ganó dos becas (una para la escuela de Alicia Alonso en Madrid y el Ateneo de la Danza en Italia) a tenor de dos premios que consiguió en la Dance World Cup celebrada en Burgos.

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