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A tiro

Igual de negro

El final de trayecto de una productora teatral como Res de Res i En Blanc, un referente del teatro visual y la dramaturgia contemporánea más allá de Mallorca, es una tristísima noticia que ha evocado en mi memoria aquel funeral o danza de la muerte que los teatreros escenificaron en 2011 frente al Teatre Principal. Un cuadro negro de Goya que duró hasta el final de la legislatura del PP. Desde entonces, nos las prometieron felices, pero a efectos prácticos, ¿ha cambiado en esencia el panorama más allá de unas siglas políticas? Parece que no. Si cambiando de partido y de personas, la situación es similar, ¿por qué el problema con la cultura no se desencalla? Quizás estemos enfocando mal con el microscopio o usando la lente incorrecta para dar con la enfermedad. Pero el caso es que, sin tener certezas ni respuestas, pienso que la noticia del cierre de Res de Res i En Blanc pone de manifiesto el fracaso de un sistema. Del político, del cultural, del social y por supuesto del económico.

El anuncio de cierre notificado esta semana mediante comunicado oficial de la productora mallorquina proporciona claves de análisis. Amén de motivos personales, se descarga sobre la precariedad siempre presente y el cansancio experimentado "ante la lucha constante con unas instituciones sumergidas en su propio caos". El dedo de la productora apunta hacia el Consell y su incapacidad para ayudar de manera eficaz al sector. Todos recordamos las protestas que estos últimos años ha protagonizado la comunidad teatral por el deficiente funcionamiento de las subvenciones o el malogrado Circuit d´Arts Escèniques. Las compañías se han acostumbrado a producir montajes sin poder organizarse financieramente al desconocer si iban a contar con ayudas a las que se habían presentado o el porcentaje a recibir de las mismas. La Administración comunica tarde y paga más tarde aún, llegando a obstruir proyectos enteros. Y precarizando al fin y al cabo.

Pero más allá del comunicado de la compañía, pueden intuirse otros fracasos. El número 2: la política cultural. Enfocada de manera casi excluyente al sector y a la subvención de diversos aspectos, ha abandonado otro campo básico: el de trazar estrategias para que la cultura llegue a todos los ciudadanos. Y llegue para quedarse y echar raíces por dentro. Trazar estrategias para que la cultura llegue a todo el mundo y se instale en cada minuto de nuestra vida y no sea únicamente una vía de escape o entretenimiento que consumimos durante el tiempo libre. Trazar estas políticas no consiste en construir más auditorios para la cultura, ni siquiera en aumentar la producción, la oferta o la circulación de la cultura como producto, esto sería hacerla de menos, equipararla a cualquier otro bien de consumo. Serializarla. Robarle valor. Trazar estas políticas debería consistir en cultivar el humanismo en sus más diversas manifestaciones desde diversos flancos y niveles, máxime la educación. Sólo así la cultura se hará fuerte. Y le importará de verdad a la gente.

El tercer fracaso es el del sistema económico que nos engloba. En el sector cultural también se reproduce de manera especialmente sensible esta economía en la que vivimos, guiada bajo el principio de escasez así como la paulatina precarización del trabajo y su consecuente desregulación social. Si nada de esto cambia, el cuadro de Goya, el funeral y el luto de 2011 seguirán siendo igual de negros en 2018.

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