Un tipo de verborrea amazónica con un micro, otro que hace minicoros y uno más que suelta las bases musicales. Eso es todo en el hip hop: la intensidad suele ser un logro caro por simple insuficiencia de herramientas. Precisamente por eso, cuando en el rap en directo se logra vigor, nervio o viveza, es tan genuino. Porque es único.

Javier Ibarra, Kase.O, líder oficioso de la primera fila del hip hop español más adusto con Violadores del Verso, ofreció un concierto incluso sorprendente. Porque sorprendente e incluso conmovedor es que, ante 4.000 personas emocionalmente de rodillas tras hora y media de coito musical, saque una silla, se siente de costado al público y cante Basureta (tiempos raros), un altar de intimismo de su último disco, un hito del primerísimo primer plano en el rap nacional. De repente, 4.000 personas eran un enorme diván.

La media de edad en la primera fila era de veintinada, pero también muchos asistentes peinaban canas, pues las más de dos décadas de carrera del zaragozano dan para conectar con tres generaciones. El grueso del repertorio salió de El círculo, y los añadidos (colaboraciones como Chúpala con Dogma Crew, viejos hits de Violadores como Vivir para contarlo o Ballantine's) generaron una cosecha de temazos. En lenguaje rapero: de pepinos, como un pepinazo fue la versión tropicaloide de Boogaloo, de su proyecto Jazz magnetism.

Javier Ibarra, Kase.O, actuó la noche del sábado en el recinto de Son Fusteret.. César de la Lama

Hubo referencias locales: saludó al inicio con un " Bon vespre Mallorca, com va això?", dio el esperable recuerdo para sus amigos de La Puta OPP, dedicatorias de "fuego para Jaume Matas" y preguntas a la audiencia ("¿queda algo por Gomila?"). También hubo declaración de intenciones: quiso aclarar casi desde el comienzo que no iba a sonar ni reguetón ni trap, sino solo rap, fonk y jazz. El concierto fue redondo, y no solo porque empezara con la Intro y la Outro de El círculo. El teatro de Kase.O es creíble porque en su actuación no se detecta automatismo sino mimo. Nadie le pide a un rapero de 37 años y larguísimo currículo ¡que haga coreografías! O que baile haciendo eses de amor con las caderas y evidencie que disfruta en escena como un niño con una manguera.

Es por todo ello que dio igual que cantara varios temas totalmente fuera de tono, o que diera laaaaaaargos discursos de autoayuda buenrrollista en los que incluso pedía no olvidarse de visitar a los abuelos. De un tipo que ya no le canta a la farra y al alcoholismo sino a una mujer que prepara el mejor Cola Cao con galletas María (impagable la anécdota que contó al respecto) solo cabe decir lo que se dice en los barrios bajos: hay que ser muy jefe.