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Huir no es de cobardes

Hasta ahora, para el cine, Dunkerque era una escaramuza más de inicios de la II Guerra Mundial: los alemanes llegaron demasiado rápido a la costa oeste de Europa, pillando a efectivos ingleses, franceses y habitantes de los Países Bajos a contrapié. Los ingleses salieron por patas desde la localidad del título, aunque limitando las fuerzas de apoyo en previsión de los siguientes embates de Hitler. La evacuación fue atropellada, angustiosa. Una flotilla de pescadores y marinos civiles echaron una buena mano cruzando el canal para ayudar. Gracias a un lapsus de Hitler y mucho coraje se evitó una gran carnicería.

Christopher Nolan, como director y guionista, busca a los héroes anónimos y selecciona a un puñado de ellos: dos soldados rasos que recurren a la picaresca para colarse en un barco, un par de pilotos de caza que lo dan todo en inferioridad numérica, tres civiles (un padre, su hijo y otro chico) a bordo de una embarcación deportiva y un mando intermedio. La selección de esos personajes es buena. La puesta en escena, la fotografía, la recreación de los combates aéreos, los naufragios, la angustia de los soldados en la playa durante cada ataque de los stukas, son apabullantes, excelsas. Los actores también, varios jóvenes desconocidos y adultos, Branagh, Hardy - Mad Max Fury road- y Mark Rylance - El puente de los espías- mostrando galones. Nolan rechaza, otro acierto, incluir un personaje femenino para provocar el efecto pitufita. Todo esto forma un gran espectáculo, muy ajustado a los hechos reales. Le sobra, se le va la mano, con la cargante banda sonora de Hans Zimmer y su abuso de la épica y el patrioterismo rancio.

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