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Arte

Marta Moriarty: "Estamos en la era del artificio disfrazado a veces de política, de contenido social o ruptura artística"

"Después de tanto tiempo en el mundo del arte, me he dado cuenta de que soy militante del arte emocional", sostiene la creadora, con casa en Pollença desde hace 30 años

Marta Moriarty, ayer, frente al claustro de Santo Domingo de Pollença. pere joan oliver orell

Cada época tiene su circunstancia y por extensión demanda una ruptura específica que dinamite las inercias establecidas. Para la agitadora cultural Marta Moriarty, la ruptura en estos momentos consistiría en reivindicar la espiritualidad en un sentido amplio y regresar a los orígenes, cuando el arte tenía un carácter sagrado. La materialización de tal idea la ha podido apuntalar en el convento de Santo Domingo de Pollença, donde inaugurará el próximo sábado día 15 una instalación en la que confluyen dos campos que ella conoce a la perfección: el arte y las religiones comparadas.

La atmósfera creada por Moriarty -éste es su primer proyecto como artista- impacta desde diversos flancos al espectador y lo implica tanto que puede llegar a incomodarle. "Sería interesante que esa gente que se siente incómoda pudiera asumir que no puede aguantar cinco minutos en la iglesia sentada en silencio", considera.

El proceso de creación ha tenido lugar casi al completo en Mallorca. La creadora, que considera Pollença su verdadera casa después de 30 años, ha contado con la colaboración de creadores locales para que su proyecto esté más enraizado y resulte honesto. Los soportes de las velas, de barro, provienen de Pòrtol, en concreto los ha producido Pere Coll. "Buscando la sensación de los cuadros de Friedrich, el hombre pequeño enfrentado a la enormidad, y lo bello y lo sublime, de lo que hablan Lacan y Burke, me di cuenta de que lo que más me podía llevar a ello era el uso de los pequeños taburetes o las estormies de palmito que se están perdiendo", explica Moriarty. Entonces, se fue a buscar a Aina Pistola de Artà para que se las fabricara. Las velas son de Sevilla. Y el gran ojo que preside la instalación, una suerte de rosetón contemporáneo con vida y movimiento, es la mística abstracta de un crepúsculo sin sol rodado por Agustí Torres en Formentor. Un audiovisual que conseguía dar forma al Rothko que Moriarty tenía almacenado en su mente. La parte sonora la remata una música de campanas compuesta por la compositora y pianista Nina Aranda, hija del cineasta Vicente Aranda, vecino de Pollença. El texto del catálogo ha corrido a cargo de Jacobo Siruela, quien está previsto que acuda a la inauguración junto a Inka Martí. "Todos se han implicado mucho en el proyecto, también Marcos Carnero y por supuesto la gente del Museu de Pollença", donde presentó el proyecto el pasado mes de diciembre.

Arte emocional

"Después de tanto tiempo en el mundo del arte, me he dado cuenta de que soy militante de lo que podríamos llamar arte emocional", confiesa quien fuera galerista-librera de la Movida madrileña, una etapa por la que no muestra una especial nostalgia ni mitifica habida cuenta de que la agitadora cultural ha continuado y continúa en activo siempre reinventándose. "Me interesa un arte que no sólo refleje un estilo sino también el espíritu. Que sea emocional y real, en el que el artista esté implicado, sin manierismos y sin intereses. Un arte que muestre lo que uno es y su manera de vivir".

Grupo de lucha

"Ahora mismo, me da miedo decir la palabra artista pero me fuerzo a decirla porque artista es el que hace. Y además quiero continuar en esta línea que he destapado en Pollença", asegura. "Quiero seguir con honestidad presentando proyectos en los que creo y hacia donde creo que tiene que ir el mundo", reivindica. En este punto, comenta que ha descubierto a otros creadores y escritores que son partidarios como ella de "recuperar la sacralidad del mundo, el espíritu, los contenidos, dejar el comercio a un lado, implicarse personalmente y hacer cosas con fundamento casi visceralmente". "Puedo decir que he descubierto un grupo de lucha", apunta.

Sus viajes por Sudáfrica han tenido un fuerte impacto en la galerista-artista. "En ese continente, el paisaje está lleno de lugares sagrados: una piedra, un árbol, un lugar con un pequeño hito donde han ocurrido cosas. Y el mundo tiene misterio, magia, fuerza y está vinculado a la trascendencia de un modo natural. Yo quiero ser una pieza de ese universo mágico y eterno. No quiero cerrar las puertas de la trascendencia, quiero abrirlas de par en par. Pienso que el arte ha perdido esa fuerza. Por eso quiero volver a los orígenes", confiesa. En este punto, trae a colación en la conversación a Cézanne, sobre quien publicó un extenso libro en 2013. "Salía todos los días con los pinceles al campo y pintaba una montaña o tres árboles. Y no salía de ahí prácticamente y sus cuadros son trascendentes. Es un gran místico. Me emociono hasta el llanto cuando hablo de Cézanne. Toda su vida fue una búsqueda de la verdad a través de la pintura y en concreto a través de pintar lo que tenía enfrente, sin artificios", explica. "Ahora estamos en la era del artificio disfrazado a veces de política, de contenido social o de ruptura artística. Pero la ruptura tuvo lugar en realidad durante las vanguardias. La verdadera ruptura para mí ahora es recuperar esa trascendentalidad de la que hablaba antes", continúa.

Moriarty recuerda cuándo se dio cuenta de que algo no marchaba bien en el mundo del arte. Fue en 2007, un poco antes de la crisis. "Estaba participando con mi galería en una feria y sólo tenía una frase en la mente: 'Todo es mentira'. Lo dejé y tuve una inmersión de cinco años en Cézanne para volver a la pureza más absoluta. Después volví a abrir un espacio más experimental que cada vez es más radical y que en septiembre transformaré", concluye.

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