Hay que ser prudentes con los calificativos, pero la entrada de Fanny Tur en el Govern es una de las mejores vicisitudes que podrían haberle pasado a la conselleria de Cultura. Al menos, si uno se ciñe a la claridad de su proyecto, a los objetivos finales planteados y a que parece que tiene muy claro cómo debe ser una política cultural de izquierdas, moderna, participativa y sobre todo significativa en el momento crítico que vivimos. Está en la línea de las nuevas políticas culturales que abanderan profesionales como Berta Sureda, quien por cierto ayudará a redactar el plan de cultura de las islas. Preocupa sin embargo que sea la propia Tur quien se haya puesto un listón tan alto, pues los resultados que se le exigirán también lo serán. Pronto tendrá que empezar a presentar hechos concretos y trabajar de verdad toda esa nueva institucionalidad que preconiza, esa nueva manera de relación (más participativa) entre las instituciones culturales y la ciudadanía, y ser capaz, sobre todo, de que sea operativa. Todo suena un poco a experimento, a laboratorio, aunque sea bastante lógico y deseable lo que defiende. A priori veo dos problemas con la participación: el primero, la mala experiencia que acaba de vivir Cort y parte del sector para poner en marcha una nueva política cultural en la Fundació Palma Espais d´Art. Seré muy directa: el hartazgo ha inundado el ánimo de muchos profesionales que lo único que quieren es trabajar en sus proyectos y desentenderse de tanta reunión en la que no pasa nada. Ese fracaso y decepción podrían entorpecer el trabajo de Tur. Y 2: es posible también que algunos sectores no vean con buenos ojos estos métodos que van más allá de hablar con las empresas culturales. El tercer problema podría venir del propio partido que la propuso como consellera de Cultura. Més se está revelando como una formación en la que los cambios son meras figuras retóricas para embellecer los textos promocionales de campañas electorales. Y recordemos que en el nuevo equipo de Fanny no hay cuotas de partido.

Primera jugada inteligente de la regidoría de Cultura en dos años. El nombramiento de Sebastià Mascaró como director general del Solleric ha sido un bálsamo. Goza de buena reputación en todo el sector (el sector oficial y el sector extraoficial) y tiene un perfil de baja conflictividad. No olvidemos que el educador es mediador. Está puesto a dedo, lo que contraviene las buenas prácticas, pero su nombramiento le da un aire distinto a la concejalía. Inteligentemente han ido a buscar a una persona que probablemente habría ganado el concurso público si se hubiera presentado. Por otra parte, coincide con la llegada a la alcadía de Antoni Noguera. Repito, no es mala estrategia.