-Para que se haga cargo del tipo de entrevista: “¿Cuando leyó ‘Patria’ imaginó que competiría en ventas con ‘El color del silencio’?”

-No se me ocurrió jamás, y me hace mucha ilusión encontrarme ahora con Fernando Aramburu por toda España. Lo conocí en un acto del Instituto Cervantes y coincidimos en tantas cosas. Instalados desde hace décadas en países de habla alemana, casados con personas de allí en matrimonios que siguen funcionando.

­-Usted describe España desde Austria y Aramburu desde Alemania.

-En el extranjero te sientes mirando la batalla desde lo alto, lo cual te hace un poquitín más lúcido. Intentas estar al tanto de todo para que la distancia física no sea también mental, has de ponderar los diferentes enfoques de los periódicos.

­-Y luego regresa a España.

-En cuanto llego, noto cuánto ruido hay, y qué alto habla la gente. Al cabo de un rato, tienes la sensación de que vuelves a formar parte del paisaje. Te da rabia que te digan “qué sabrás tú, si eres extranjera”.

­-Empecemos por la protagonista, femenina.

-Como todas las lectoras, me he pasado la vida identificándome con protagonistas masculinos, y he escrito sobre hombres intensos y potentes. Aquí necesitaba una mujer para canalizar el asunto de los niños robados. Para encajar a Helena Guerrero en la acción había de estar cerca de los setenta años, no habitual en novelas y películas. Las mujeres de esa edad están hoy totalmente en marcha, con un empuje sin igual. Son un pedazo de mujer y las retiran, quería aportar mi granito de arena.

-¿Helena es una mujer más allá del feminismo?

-No se plantea el feminismo como una forma de ayudar a otras mujeres a conseguir lo que ella ha logrado. Es profundamente egocéntrica como todos los artistas, cree que lo más importante del mundo es su arte. Yo soy yo y hago lo que me da la gana, sin renunciar a actividades reprobables también en un hombre, como chantajear a un joven.

-Ha escrito un superventas, ¿cuál es la fórmula?

-En esto te voy a contestar con Leonard Cohen, que para mí es lo más grande. Le preguntaron cómo escribía esas canciones maravillosas, y respondió que si supiera dónde estaban, iría más veces a ese sitio.

-El único postfranquismo posible era olvidar el franquismo.

-No estoy de acuerdo en absoluto. El olvido no me parece nunca una solución, y además el olvido no se da, salvo que te borraran la memoria y el dolor. Solo pueden olvidar quienes ganaron la guerra y han hecho tantísimo daño, porque ellos no han sufrido lo bastante. Y ahora vuelta al Valle a los Caídos, nos toman por imbéciles con eso de monumento a la concordia.

-¿Debería estar prohibido gritar “¡Viva Franco!”?

-Sí, igual que en Alemania no puedes gritar “Viva Hitler” y si te paseas con el brazo en alto, te meten en la cárcel. Son manifestaciones que no se deben respetar para no meter la pata en el mismo sitio. Con lo políticamente correcto se evita hablar del dictador Franco, y se utiliza “el anterior Jefe del Estado”.

-Sin embargo, ha dibujado en Goyo Guerrero, el padre de su protagonista, a un fascista íntegro.

-Me interesa mucho la fascinación del mal. A derecha o izquierda, basta poco para que te dejes conducir. No quería el clisé del fascista asqueroso. Aspiraba a entenderlo, a ver cómo respira alguien que se lo cree de verdad, que pensaba que iba a salvar España. También yo pensé cuando era joven que nuestra generación iba a hacerlo mejor, y me equivoqué.

­-Le sublevan los niños desaparecidos del franquismo.

-Robar los niños a su madre es una de las cosas más cochinas de nuestro pasado. Con mi mente de escritora, soy capaz de entender el deseo y la necesidad de tener hijos, que puede llegar a la obsesión. Pero tienes que ir a un psicólogo o un ginecólogo, no andar robando niños por el supermercado.

-¿Las familias deberían contárselo todo?

-La sinceridad tiene un límite, no puedes soltarle a tu madre que “hoy estás pesadísima y no tengo ganas de hablar contigo”. Pero también hay temas que se dejan en silencio por evitar el daño o la vergüenza, y te das cuenta de que siempre están presentes. Hay que intentar aclararlos porque si no los desinfectas, se pudren. Las palabras duelen tanto, mucho más que los hechos.

-Y ante el folio en blanco...

­-Eso son cosas de críos que solo les pasan a los hombres. Hay cien maneras de combatirlo. Por ejemplo, poner la lavadora. Nada estimula la creatividad como poner el cerebro en punto muerto y aburrirte.

­-Hoy van a venderse más de mil ejemplares de

‘El color del silencio’.

­-No me lo acabo de creer, y es muy práctico.