La fuerza de la palabra y la musicalidad de los versos como "bálsamo de las heridas". La Festa de la Poesia, el acto central del Festival de Poesia de la Mediterrània, que este año ha celebrado su XIX edición, se solidarizó ayer con los refugiados y no refugiados por razones de guerra, o de hambre, en un mar, el nuestro, necesitado de "salvación y justicia, de bondad y de paz".

Unas 500 personas asistieron al Teatre Principal para darse un baño de palabras, defensoras de la acogida, a través de trece poetas, y no catorce como anunciaba el programa, al no poder acudir en el último momento Abdellatif Laâbi, escritor marroquí que ha conocido la prisión, durante ocho años, por motivos ideológicos.

Todavía con la voz de Paco Ibáñez resonando en los oídos -el cantautor ofreció un recital en el mismo espacio la noche anterior, la del viernes-, el espectáculo, un auténtico concierto de palabras, arrancó con música, la del pianista Max Villavecchia, y danza, esta última a cargo de Laura Santanach, quien sorprendió al inicio al salir del pasillo central de platea y tomar el escenario con sus movimientos medidos.

"Somos animales que hablamos y es el lenguaje lo que nos hace humanos", recordó en su primera intervención el director del festival, desde su primera edición, Biel Mesquida. El también poeta recitó a Josep Palau i Fabre -uno de los cuatro homenajeados en esta edición, junto a Blai Bonet, Jaume Vidal Alcover y Nadal Batle- semitumbado en la escalera que daba acceso al escenario, y pidió que "la palabra no se detenga nunca y viva siempre entre nosotros".

La poesía como oxígeno

La primera voz en escucharse de los trece poetas invitados fue la de Cinta Massip (Tortosa, 1961): "L'anestèsia sintètica claudica la falsa mort alada. De sobre tots els sentits escapen a un altre món, la sinestèsia es torna arrítmica, imprevisible", recitó la autora de Quiròfan.

La velada continuó con el español de Rodolfo Häsler (Santiago de Cuba, 1958), nacido, como él dice, en el "Mediterráneo americano", recitando El poeta en Tánger; y prosiguió en otras ocho lenguas, algunas inéditas, como el afrikáans, con Breyten Breytenbach, el estonio, con Kätlin Kaldmaa. Carme Riera, escritora y académica, ejerció de anfitriona en una gala que emocionó y denunció, sanó y bailó, y al final, con los poetas saludando, recibió los aplausos.