“¡Wow!” Conciso pero expresivo. Aunque el director de escena de la ópera Così fan tutte, Mario Martone, es un hombre locuaz, su exclamación al entrar por primera vez en el auditorio del Teatre Principal mostró su admiración con el salón. “Para esta obra es mejor que el Teatro San Carlo ni Nápoles. Este ambiente acogedor, más de cámara, te permite acercarte más al espectador”, explicó el italiano embelesado.

Mario Martone se estrenó en la “lírica importante” en 1999, tras haber rechazado varias propuestas, porque “consideraba que el formato de la ópera tenía demasiadas limitaciones, pero con Così fan tutte no pude resistirme. El contenido teatral de esta pieza es muy importante. A partir de ahí, se me abrió un nuevo mundo”, declaró.

La inteligencia y la ironía escondida, con gran sensibilidad teatral, se destapa en un escenario diseñado para la ocasión. “Mi visón para esta ópera es casi de cámara, como aquí. Por eso en Nápoles tuve que pensar cómo conseguir para que el escenario no fuese un simple escaparate”, recordó. El resultado a sus ideas se plasma haciendo “volar sobre la orquesta” las tablas y abrazando a los músicos con dos brazos por los costados. “La cercanía que se establece entre los actores y el público es único”, aseguró.

Los espectadores evolucionan junto a los actores en su aprendizaje moral. “Al final, la forma en la que se vuelven a juntar cada uno con su pareja original, mantiene la ambigüedad persistente en la obra. El desarrollo de los personajes interiores es perceptible, no son los mismos los que comienzan que los que terminan”, advirtió Martone.

Così fan tutte (1790) comprende la última de las tres obras maestras que escribieron Mozart y Lorenzo Da Ponte: Le nozze di Fígaro (1786) y Giovanni (1787), siendo la más ignorada durante el romanticismo. Martone mantiene en la escenografía la idea con la que los maestros concibieron el cruel juego del argumento: una línea teatral pura, sin más elementos dramáticos que la palabra cantada de sus personajes y los discursos sonoros de la orquesta acompañante. “Otra idea importante era no recurrir a muchos cambios de escena, sino apostar por una más pura, con elementos sencillos pero que ayuden lo suficiente a contar la historia. Esta sencillez aparente permite que los cambios se produzcan a través de la actuación de los actores”.

Exigencia vocal

Los personajes, tremendamente exigentes, prácticamente magos vocales y actores de primer orden, abordan un tema algo escabroso, relatan con exquisita elegancia el enredo amoroso con final amargo donde primer la más veleidosa Dorabella, y posteriormente la atormentada Fiordiligi, sucumben de manera irrefrenable a nuevas pasiones ante la sabiduría napolitana del Don Alfonso. “No hay que confundir la misoginia de Don Alfonso con la que supuestamente podría tener Mozart. En realidad, el compositor se deja ver en cada uno de los personajes. Si se tuviera que elegir uno, sería Fiordiligi, que es la que más ama, la que más siente”, advirtió el italiano.

Mario Martone dirigió su primera obra teatral con 17 años, a los 30 se atrevió con el cine, “sin abandonar el teatro”; y con 40, finalmente, llegó la ópera. “Descubrí que un director de escena dentro del formato de la ópera puede encontrar una gran libertad de trabajo en el espacio y en la creación”, explicó. “Me siento muy afortunado porque la obra de Mozart con Da Ponte te brinda unas alas infinitas”, añadió rápidamente.

La simple escenografía mantiene la originalidad con la que se estrenó en Nápoles hace 18 años, trasladando desde Italia todos los elementos que lo conforman. “La única diferencia con la producción del 99 es la incorporación de una ventana que se abre sobre la bahía de Nápoles; una mirada de contraluz que la propia música evoca”, detalló Martone.

El director ofrece esta tarde a las 20 horas en el CaixaForum una conferencia junto al músico Simón Orfila, ya que Paolo Pinamonti, director artístico de la obra, se ha visto obligado a cancelar su participación.