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Nadie puede apañárselas solo

A falta de ver una exótica película australiana, cuatro de las cinco películas nominadas al Oscar extranjero tratan de hombres enfrentados a sus carencias y contradicciones. Ove, el protagonista de esta película, es otro cascarrabias, como Toni Erdmann, aunque con circunstancias vitales diferentes. Viudo sin hijos, cuadriculado, autosuficiente, soberbio, bastante asocial con humanos y mascotas, y extremadamente maniático de un orden que ha creado en el vecindario y que defiende con celo. Cuando lo prejubilan decide adelantar el momento de reunirse con el amor de su vida. La vida, el entorno, se lo impide en una serie de incidentes cómicos, y entremedias se recrea con flashbacks un pasado con varios sinsabores (incluido uno ocurrido en unas vacaciones en Mallorca).

El tema de la película es el título de esta reseña, reconocer que somos animales sociales. Ove no puede evitar interaccionar con sus vecinos; por muy racionales que sean las normas de su urbanización siempre habrá alteraciones, y no se solucionan llamando idiotas a todos los que incumplen o espantando a inofensivas mascotas. Todo esto se cuenta con bastante humor, unas gotas de drama, retazos de maniqueísmo en un par de secundarios y muchísima sensibilidad. La historia sólo decae al final, exagerando el giro bondadoso del protagonista y forzando lagrimitas fáciles. Nos vende además una Suecia muy receptiva con los inmigrantes cuando no lo es tanto. La ambientación, banda sonora y actuaciones son de nota media alta. La película es una buena combinación de drama y comedia, con el valor añadido de tratar un tema muy tabú como es el del suicidio en personas mayores.

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