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La vida no es tan bella

Gracias al Teatre del Mar, habremos podido asistir, en apenas unas semanas, a sendas puestas en escena de dos textos de Juan Mayorga, referente imprescindible de la dramaturgia española contemporánea. Dos piezas, por cierto, de signo notablemente diferente. Pero en las dos conviene no desvelar la clave argumental, porque lo sorprendente (síntoma de buen conocedor de la carpintería teatral) constituye uno de sus aspectos fundamentales.

Himmelweg ("camino del cielo" en alemán) nos hiere en la conciencia, porque se ambienta en la mayor monstruosidad de la Historia humana (en dura competencia con el Gulag): los campos de exterminio de los nazis. En semejante entorno, resulta difícil introducir factores distendidos (pese a la maravillosa La vida es bella de Roberto Benigni). Mayorga y Molins lo consiguen, en ciertas pinceladas: hay que dejarle al espectador tomar aliento. Pero esencialmente, la historia constituye un aldabonazo en la conciencia, que pretende no quedarse en el referente de espacio y tiempo, sino interrogarnos aquí y ahora: por qué nos creemos lo que nos cuentan, por ejemplo. La compañía echa mano de recursos efectivos: el audiovisual, o esas conmovedoras marionetas, que uno percibe como de carne y hueso (a la manera del memorable Camarada K), de manera que, al caer el telón, transcurren unos interminables segundos de espeso silencio antes de que rompan los aplausos. Un signo inequívoco de que la obra ha calado en el ánimo (y el ánima) del público.

Excelente trío de intérpretes (y manipuladores de títeres), con la complejidad añadida para Molins, director al mismo tiempo. Si acaso, su duración podría aligerarse.

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