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Opinión

Los panes y los peces, las paces y los penes

Los panes y los peces, las paces y los penes

Se llama Capilla Sixtina por el papa Sixto IV, y se llama Capella Teodorina por el obispo Teodoro Úbeda enterrado en ella. Miguel Ángel y el diabólico Miquel como decoradores de interiores, dos fuerzas desatadas de la naturaleza. Barceló comenzaba a trastear con la informática mientras intervenía en la Seo, llegó sin prisas al correo electrónico y al tratamiento de imágenes. Después de escuchar una noche al legendario director Peter Bogdanovich en Deià, el artista comentaba su burla electrónica al cabildo catedralicio, entre risas y maldiciones a Bacon y Lucian Freud.

Resulta que los canónigos andaban soliviantados por el Cristo atípico que Barceló había estampado sobre el altar. Le recriminaban su parecido fisionómico con el pintor, y el tamaño sobresaliente de su pene. Encabezaba la oposición Joan Darder, convencido de hallarse ante un autorretrato del artista que se atribuía de este modo el rango de divinidad. El cabildo encaminó sus protestas a Vietri, donde el demiurgo de Felanitx fabricaba la piel de la capilla a puñetazos. Se le requería para que aliviara el perfil simiesco del Mesías, y para que atenuara el impacto de sus genitales.

Barceló agarra su cerveza en Las Palmeras, y esboza su sonrisa de pícaro:

-Traspasé una imagen de la figura al ordenador, reduje notablemente en la pantalla el tamaño del pene y remití la fotografía resultante a Palma. No modifiqué ni en un milímetro la versión real.

Los miembros del alterado cabildo se tranquilizaron, y el resto es historia. A partir de los panes y los peces que motivan la cerámica, se hicieron las paces y los penes. También Miquel Ángel tuvo problemas papales, ante la evidencia engorrosa de que el cuerpo humano está rematado por un corpus extraño, redescubierto ahora por la derecha ultracatólica en un autobús.

Fallecido Úbeda, le tocó inaugurar la capilla a su sucesor Jesús Murgui. Al nuevo obispo le horrorizaba el festival pagano en un recinto sagrado. Según tuve ocasión de plantearle al propio canónigo Darder:

-A usted y a Jesús Murgui solo les une ya el odio a Miquel Barceló.

-El obispo no ha sido explícito. Deduces lo que piensa, pero no lo dice. El obispo calla demasiado de cara a la sociedad, es notablemente diferente a Don Teodor.

De hecho, Murgui remoloneaba sobre la inauguración, su última estrategia consistió en amortiguarla. Un día se encontró en el aeropuerto con Barceló, y mantuvieron un diálogo surrealista:

Señor obispo, ¿cuándo van a anunciar la inauguración?

-El primer fin de semana de marzo, pero es mejor no decírselo a nadie.

-Pero señor obispo, si no se lo decimos a nadie, no vendrá nadie.

A lo cual Don Jesús, en su perfecto valenciano:

-Imagínese, una inauguración con el artista, Sus Majestades y la Catedral llena de gente. ¡Un atentado!

Cuando vivía en el desapacible palacio episcopal, Murgui pensaba que cada avión que sobrevolaba la zona estaba tripulado por Al Qaeda, y apuntaba a la catedral. Al final se conformó con el atentado artístico a sus creencias, que sigue siendo la mayor intervención en la Mallorca del siglo XXI. Sin demasiada competencia, todo sea dicho.

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