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Migraciones

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La revista Nature ha dedicado un número monográfico especial a tratar el asunto de los flujos migratorios en el planeta, pero examinados con rigor bajo un prisma científico. La razón que ha llevado a los editores a sacar ese volumen descansa en lo que viene siendo una constante en las informaciones de los medios: la alarma generalizada ante el incremento de personas que buscan refugio en Europa y los Estados Unidos, una alarma que tiene consecuencias de tanta importancia como la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la victoria del Brexit en la Gran Bretaña o las medidas que toman algunos países de la Unión Europea para cerrar sus fronteras.

Desde el editorial de la revista a los distintos artículos que componen el número monográfico aparece un mismo argumento compartido: los cálculos acerca de la presión migratoria no se ven justificados por ningún estudio que se ajuste a las exigencias de los trabajos científicos. Por poner un solo ejemplo, el del análisis realizado por Declan Butler, biólogo de formación y colaborador habitual de Nature en muy diversos temas, las conclusiones a las que llega Butler apuntan a que las cifras de emigrantes que se ofrecen desde agencias como la europea Frontex, e incluso la UNHCR, la agencia para los refugiados de las Naciones Unidas, no son reales. Es decir, lo son en términos poco exigentes, como sucede cuando esta última, la UNHCR, proclama como hizo hace dos años que estamos siendo testigos de los niveles de desplazamientos más altos jamás registrados. Butler apunta que afirmaciones así no toman en cuenta variables esenciales como es la del número total de habitantes del planeta en cada época. Los 21,3 millones de refugiados de 2015 apenas superan, en términos relativos, a los 20,6 millones de 1992 habida cuenta del incremento de la población global. Y Butler añade que, en cualquier caso, son los propios países africanos y asiáticos quienes absorben la mayoría de los flujos migratorios. Con lo que estamos hablando en el fondo de una percepción sesgada del problema, no de realidades. En función de tales conclusiones el artículo editorial de Nature exige a las autoridades que utilicen técnicas más rigurosas de cálculo cuando se trata de saber cuántos emigrantes llaman a las puertas de Europa o de los Estados Unidos, eliminando los casos en los que una persona se cuenta varias veces en los distintos intentos de cruce de las fronteras.

Qué duda cabe de que la emigración es uno de los problemas más serios que padece el planeta en estos momentos, y que conflictos como el de Siria llevan a que las perspectivas sean pesimistas. Pero tergiversar los hechos es el peor sistema que existe para buscar soluciones. Con el agravante de que esa tergiversación da alas al populismo más peligroso, el de quienes echan las culpas a los desesperados de unos conflictos que tienen poco que ver con el número real de emigrantes.

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