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No aplaudir, el fauno duerme

No aplaudir, el fauno duerme

Buena idea la del director Pablo Mielgo de interpretar sin pausas toda la segunda parte del último concierto de la Simfònica, formada por tres obras impresionistas, como si de una sola partitura se tratara. Así se le dio un valor añadido a la velada mediante el cual se pudo comprobar cómo evolucionó el Impresionismo desde 1894, año en el que se estrenó el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy hasta 1912 cuando se estrenó el ballet de Ravel Daphnis et Chloé, pasando por el Poema Sinfónico, La Mer, que se dio a conocer en el año 1905.

Así pues, los aplausos, que fueron muchos, se reservaron para el final, cuando finalizó la interpretación de esas tres obras que fueron, sin duda, lo mejor de la velada. Esos Momentos estelares del Impresionismo fueron ofrecidos de forma absolutamente brillante. Director y profesores alcanzaron un muy buen nivel en unas obras nada fáciles y en las que los matices sonoros constituyen su esencia.

La primera parte había empezado con un curioso preludio de Antoni Parera Fons titulado Foners y en el que el compositor de Manacor realiza un estudio del ritmo, a partir de motivos que recuerdan tonadas del campo pero con aire reivindicativo, tan necesario en esos tiempos que corren. Mateu Matas "Xurí" aportó un punto más a esa reivindicación ya que cantó muy bien, por auténtico, la parte glosada de la obra.

Para el Concierto para piano de Schumann, la Orquestra contó con Christopher Park como solista. El intérprete alemán de raíces coreanas leyó la partitura de forma correcta aunque le faltó ese algo que hace que una interpretación quede para el recuerdo. Nada sucedió más allá de una interpretación técnicamente notable pero nada potente. Faltó emoción, música, en definitiva. La orquesta tampoco aportó nada a esa audición que, en resumen, fue lo menos interesante de ese noveno concierto de temporada. Mejor, mucho mejor, estuvo el solista en el chopiniano bis.

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