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A tiro

Debatir no es esto

En España, si no eres nacionalista eres directamente un fascista. Si no eres izquierdista de manual eres directamente neoliberal. Si no eres parte de la solución eres parte del problema. Y si no te posicionas claramente en un bando cuando las posturas son diametralmente opuestas eres un flojo. Parece que hay que compartir la dialéctica del exceso, del exabrupto, del arrebato, de la vehemencia, de la tirantez y la tensión. Parece que se premia defender una postura más por la vía de la ironía destructiva o el ataque desmedido que por la exposición racional y transparente -no por ello menos contundente- de argumentos sólidos. En este estado de cosas, ¿a quién le importan las aportaciones de los que están entre las dos opiniones enfrentadas? ¿Quién va a escuchar a los equidistantes que no suben tanto la voz y que encuentran argumentos válidos y algunas ideas que podrían ser compatibles en ambas partes? ¿Es posible debatir y discutir libremente, a buen nivel, con tolerancia y respeto, sin que tampoco se produzcan después maniobras oscuras por la espalda, improperios o burdos intentos de silenciamiento? ¿Qué está pasando? ¿El anhelado debate era esto? ¿Es posible debatir y discutir si uno no posee una de las mejores virtudes que puede ostentar el ser humano: la capacidad de autocrítica? ¿Se va a poder llegar a algún tipo de consenso si seguimos por esta senda que se va emponzoñando? ¿Cuándo se va a poder trabajar de verdad? ¿Quién está dispuesto a enterrar su ego bajo tierra, destaponar sus oídos y enmendar errores o desaciertos? Faltan ejercicios de contención y autoanálisis, y abandonar las artes marciales. En todos los bandos. En todos los mundos posibles. Y en la política, y en la cultura. Sobre todo en los últimos tiempos. Tanto los aullidos como las torres de marfil son las armas del que no tiene la razón y del que acaba siendo ignorado. Son las armas del que se autoexpulsa del debate. Hay ganas de prestar atención a otras voces o acaso de escuchar a las mismas, pero moduladas en otras tonalidades y frecuencias. Algunos pensamos que los ambientes y polémicas crispadas de ahora podrían acabar en tierra quemada.

Las últimas declaraciones que ha hecho la consellera Ruth Mateu sobre el plan de cultura que nunca llega y se demora ad aeternum vuelven a poner de manifiesto que su departamento tiene una asignatura pendiente con la política cultural de calado social. No habló de educación, de estrategias de atención a las periferias y a los colectivos que no son profesionales del sector o del trabajo transversal que debería coordinar con diversas áreas del Govern. Repito unas palabras que ya escribí el pasado 9 de octubre: "Parece que nadie se ha puesto a trabajar en esto". ¿Existe la intención de hacerlo? Podemos quiere tomar cartas en el asunto, pero desde dentro se reconoce que "andan perdidos" y "no tienen gente". ¡Estupendo!

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