Viejo hermoso maldito de voz quebrada. Viejo hermoso vencido pero nunca doblegado. Renacías al alba y ejercías tu oficio: sembrador de desasosiegos. Porque tu voz acariciaba y hería al mismo tiempo. Porque eras bálsamo y puñal. Como la vida.

Jamás rendido ante el desaliento, siempre acechante, los techos de este mundo recogieron tu música, los salmos más bellos y las plegarias más delicadas.

El pequeño David desconcertado entonando ¡Aleluya! postró ante él a los desheredados, a los coléricos, a los cargados de hastío, a los limpios de corazón. No les diste el reino de los Cielos, pero les procuraste un lugar en el que cerrar los ojos y paladear el amargo sabor de la hiel. Luego, resucitar, como tú. Viejo hermoso maldito. Suenen para ti los himnos del universo y un eterno Aleluya.