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Crítica de música

Un monstruo vino a vernos

Raphael en el Auditòrium. pere a. Ramis

Muchas veces, cuando un artista del mundo del pop, del flamenco o de la música popular quiere dar el paso al formato sinfónico, el resultado no hace justicia ni a sus temas ni a la música orquestal. No es el caso del concierto que motiva el presente comentario: Un recital de Raphael acompañado de nuestra Simfònica, convertida en una Simphònica.

El resultado de tal experimento, después de más de sesenta sesiones con otras orquestas, es del todo interesante. Por una parte se conserva el espíritu de las baladas raphaelistas, pero por otra se le añade un elemento sonoro que aporta, más que desluce, otro valor al proyecto. Y es que detrás de las armonizaciones de algunos de los temas está, nada menos que, Fernando Velázquez, el compositor de bandas sonoras tan interesantes como La cumbre escarlata, Ocho apellidos vascos, Lo imposible, El orfanato y, más recientemente, Un monstruo viene a verme. Tan bien sonaron los arreglos instrumentales, que bien podrían haberse interpretado sin la voz del cantante. Por sí mismos los acompañamientos tenían validez, más allá de servir de base al ilustre linarense.

Pero además de las buenas versiones orquestales, en el pódium, dirigiendo la formación, estaba Ruben Díaz, que además de compositor añade a su currículum el haber sido director del coro del teatro Campoamor de Oviedo y director asistente de la temporada de ópera de Murcia.

Con esos avales el buen resultado estaba garantizado. En la sesión que comentamos, la dirección orquestal brilló doblemente; por una parte dio rienda suelta a nuestros músicos, resaltando de cada sección sus potenciales dotes, pero por otra su constante atención a lo que el divo cantaba o silenciaba, hizo que hubiera pocos desajustes y los existentes quedaran diluidos en un buen hacer global. Desde aquí sugiero a los responsables de la Simphònica que cuenten con Ruben para dirigir alguno de los conciertos de la temporada futura.

Y ¿qué podemos decir de Raphael? Pues que se siente cómodo en éste formato. Poco cambia su saber estar sobre el escenario; sigue con sus toreras salidas y entradas, con sus movimientos atrevidos, con sus guiños al público, con su manejo del micrófono como pocos saben hacer. Raphael sigue siendo aquél que, en carne viva, convierte sus escandalosos recitales en su gran noche, hablando del amor frente al espejo. Un monstruo, vaya. Con orquesta o con lo que sea.

(P.S.: Algunos espectadores escucharon por primera vez a nuestra Orquestra Simphònica en esta velada. Triste pero cierto).

*Raphael Sinphónico

Auditòrium de Palma

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Orquestra Simphònica de Balears. Ruben Díaz, director.

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