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Puro teatro

Xavier Frau: "Hay dos Españas: una que duda y otra monolítica donde no cabe la diferencia"

"En todas las profesiones hay pequeños Claudios, incluso en la mía. Nos vemos obligados a aceptar trabajos con sueldos injustos"

Xavier Frau: "Hay dos Españas: una que duda y otra monolítica donde no cabe la diferencia"

32 años. Gesto circunspecto y reflexivo. Xavier Frau (Palma, 1983) saluda desde el rol que ha escogido para esta conversación: un Hamlet contemporáneo, una obra que desmenuza y de la que extrae un buen puñado de metáforas con la actualidad. No trae calavera. El monólogo es hoy con una piña refrescante.

-Sr. Hamlet, ¿qué duda trae hoy a cuestas?

-En cuanto a mi trabajo y la isla, mi duda es: ¿es posible hoy día vivir de actor en Mallorca de una manera digna? Es una de las preguntas que creo que todo el mundo de la profesión se está haciendo. ¿Existe una estructura para que sea posible? Empiezo a sospechar que no. Y mi "ser o no ser" sería: ¿seré o no seré actor en unos cuantos años? Yo quiero seguir siéndolo, pero no sé si será posible. Tampoco sé si irse de aquí es una solución. Además, por qué me tengo que ir. Tenemos derecho a poder vivir de nuestro trabajo en nuestra tierra. He estado 13 años viviendo en Barcelona y allí tampoco conseguí concatenar trabajos. De hecho, regresé a Mallorca porque, entre otras cosas, aquí tenía proyectos. No sé si salir fuera es la panacea.

-¿La duda es señal de inteligencia?

-Sí. La duda es un vehículo de conocimiento y ayuda a avanzar. La gente que no duda es bastante cuadriculada e ignorante porque no tiene ganas de aprender nada más. Eso sí, dudar todo el día debe ser una pesadilla. Un mínimo de dudas creo que es lo saludable.

-¿Alguna vez le han tratado de loco, como a Hamlet, porque nadie le entendía?

-A veces sí he sentido que las inseguridades me podían superar o que podían hacerme perder un poco el norte. Todos tenemos miedos e inseguridades que a veces se disparan y para eso tenemos a los psicólogos. Tuve la suerte de dar con una psicóloga que me ayudó muchísimo en Barcelona. Si das con un buen profesional, aprendes a controlar esos miedos o inseguridades.

-¿Hacerse el loco es una estrategia?

-Sí. De hecho, es la estrategia o sistema de defensa que pone en marcha Hamlet para evitar que lo encierren o lo maten, y para poder atacar a su tío sin ser neutralizado antes. Los locos no son peligrosos en la sociedad. Por eso, él se lo hace.

-En la situación de Hamlet, ¿habría dudado tanto como el personaje a la hora de matar a su tío?

-Agnès Llobet y yo tenemos previsto el montaje de un Hamlet que algún día saldrá a la luz. En el proceso de la dramaturgia, nos ayudó Joan Carles Bellviure, que el año pasado dirigió la obra de Shakespeare en París. Recuerdo que nos dijo: "¿Y si matar no es tan fácil?" En efecto, matar no es fácil. De ahí las dudas. Hamlet a lo mejor no sabe cómo hacerlo, qué consecuencias tendrá, quizá tiene miedo de llevar a cabo esta acción porque cuando ya la has ejecutado no hay marcha atrás. ¿Qué es matar a alguien? ¿Qué implica? Ante estas dudas, surge su estrategia de postergar el momento. Hay una escena de la serie Breaking Bad donde un tipo tiene encerrado a otro en un garaje porque sabe que si lo libera le matará a él y a su familia. Y él se debate en: "Si no lo mato yo, lo hará él". Pero no se atreve a hacerlo y van pasando las horas. Ése es precisamente el dilema de Hamlet.

-¿Qué situaciones le producen un conflicto o lucha interna?

-El conflicto lingüístico me enerva, me crispa y me entristece. Me parece una injusticia brutal que padecemos día tras día en nuestra propia casa. Cada día que llegas a un bar y quieres pedir algo es una aventura. Hay gente indignada porque hablamos nuestra lengua en nuestra tierra delante de gente que a lo mejor no nos entiende, y resulta que somos nosotros los maleducados. Existe la creencia de que hay una lengua útil, con la que puedes ir a todos lados, que es común y que todo el mundo conoce, y otras lenguas menos útiles, locales, que sólo saben unos pocos. Es una creencia, una construcción mental que hemos aprendido. La utilidad es relativa: ¿qué hay más útil que entender y hablar la lengua del lugar donde llegamos para vivir y trabajar, o incluso pasar las vacaciones? En base a esa creencia, se producen aberraciones como, por ejemplo, que haya camareros que no entiendan cafè amb llet -¡pero si trabajas en hostelería!-, o personas que llevan muchos años viviendo aquí y se apuntan a clases de inglés y alemán, porque es "útil" y son "cosmopolitas", pero apenas entienden el catalán. Al final, lo único que cambia los hábitos y las creencias, a parte de la educación, es la legislación y su aplicación real: necesitamos que se protejan nuestros derechos lingüísticos. El Estado hace muy bien su trabajo con el castellano: el artículo 3 de la Constitución deja claro que tenemos el deber de conocerlo. Pero condena al resto de lenguas a la sumisión y, a medio-largo plazo, a la desaparición. Yo hablo castellano con mi madre, mis abuelos son segovianos y viven aquí. Pero eso no es un impedimento a la hora de valorar nuestro patrimonio cultural y defenderlo. La lengua catalana es patrimonio de todos, también de los que no la hablan habitualmente.

-¿Ve a España preguntándose por su propia naturaleza, por su ser o no ser?

-Creo que hay como dos Españas. Una que no se lo pregunta porque no tiene dudas. España es España con un único color y en ella no caben ni la diferencia ni la duda. Luego hay otra España que duda, no sólo en temas de nación o de identidad, sino también en temas sociales, de riqueza o desigualdad. Hay una España que está más acostumbrada a dudar, a preguntarse cosas, hasta el punto de pedirse si quiere seguir formando parte de este proyecto porque básicamente se siente excluida. Entonces, existe un choque, un choque que viene de muy antiguo. Son dos mitades que se van reajustando. A veces una tiene más fuerza, y cuatro años después baja y coge más brío la otra. Pero pienso que está habiendo un cambio en algunos sentidos. En Cataluña, por ejemplo, sí que se ha producido un cambio importante. Y este cambio se radicaliza porque en el otro lado hay una España monolítica que no se mueve.

-Los ingleses también son muy hamletianos con sus dudas. Pienso en el Brexit.

-Dejando de lado los resultados y por qué han salido así, pienso que como mínimo se ha pedido opinión a la población y ésta ha votado. Es un ejercicio de libertad democrática. Un ejercicio que para una parte de España es un tabú.

-¿Es éste un país de tíos Claudios, un tipo que representa la corrupción moral?

-Sí. La figura de Claudio es un arquetipo al final. Es aquella persona que quiere el poder y que por el poder está dispuesta a hacer cualquier cosa. Él debía pensar que su manera de actuar era legítima. Te pongo un ejemplo: tanto el señor Fernández Díaz cuando hizo esas escuchas como la gente que después lo premió en Cataluña votándolo, porque él se presentó por Barcelona, creen que esas escuchas están justificadas porque defienden su idea de España o ciertos intereses políticos. Piensa que también hay gente que está dispuesta a defender la violencia por ideas políticas. Por otra parte, en cualquier círculo o profesión también hay pequeños Claudios. Incluso en la mía. Hay gente que ofrece sueldos que están en un límite muy peligroso y que pueden ser considerados como no dignos. A lo mejor se puede justificar porque ellos también quieren sobrevivir en un momento difícil, pero entran a veces en un juego en el que parece que todo vale. Los actores estamos en una situación en la que nos vemos obligados a aceptar trabajos por unos sueldos que sabemos que no son justos, que no llegan a los mínimos que marca el convenio de Cataluña. Porque aquí no tenemos un convenio de actores que ayudaría a marcar unos mínimos, las líneas rojas. El hecho de que no exista crea mucha inseguridad. Tienen convenio Madrid, País Vasco y Cataluña. Y en las islas hace tiempo que se está luchando, pero no hay manera.

-¿Deberíamos ser todos un poco más Hamlet?

-En el sentido de dudar, preguntarnos cosas y pasar a la acción, sí. Hamlet es una persona joven, acomodada y que de alguna manera lo tiene todo. Pero de golpe en su vida tiene lugar un acontecimiento que le provoca replanteárselo todo. Su padre ha muerto, pero resulta que su tío se casa con su madre. Pero es que descubre que ha sido el tío el que ha matado al padre, y entonces se le presenta un dilema. Se ve obligado a hacer alguna cosa, a cambiar el statu quo, a dar un golpe en la mesa. En este sentido, podríamos decir que todos estamos anestesiados, adormecidos, acomodados o nos lo han hecho creer de alguna manera. Pero socialmente está la necesidad de plantearse hasta cuándo podremos aguantar. Basta ver el 15-M, los nuevos partidos políticos que han surgido. Han pasado cosas. Pero, ¿hasta cuándo aguantaremos o cuándo habrá un golpe sobre la mesa y diremos, "basta, se ha acabado, esto no lo permitiremos"? Estamos muy individualizados y actuar cuesta mucho. Es lo que le sucede a Hamlet. Sabe que ha de hacer alguna cosa pero no sabe qué ha de hacer ni cómo hacerlo. En este sentido, a nivel social, es un poco la situación que vivimos. ¿Podemos hacer alguna cosa? A lo mejor es que no podemos hacer nada y lo único que nos queda es dejar que las cosas sucedan y que los que abusan lo puedan seguir haciendo. A lo mejor es ésta la opción. Hamlet a lo mejor debería dejar que las cosas pasaran y marcharse de Dinamarca, seguir estudiando y venir a Mallorca a tomar el sol. O no, quizá ha de actuar. Pero si actúa, igual hay consecuencias. Lo mismo nos pasa a nosotros: si salimos a la calle y hay un cambio de régimen, ¿qué va a suceder? En este punto, nos entra el miedo, por eso seguimos parados. Cambiar no es tan fácil. Ha de darse una conjunción de factores en el momento preciso, y supongo que las fuerzas conservadoras son más fuertes.

-Las mujeres salen mal paradas en Hamlet. ¿Qué lectura hace del personaje de Ofelia?

-En la obra, Ofelia es un personaje que está muy fuera de campo. Y que tiene dos escenas muy importantes. Ofelia es el gran amor de Hamlet pero es como una marioneta de su padre, su hermano, del rey y de alguna manera del propio Hamlet. Éste la utiliza para pasar el mensaje de que está loco. Contemporáneamente, Ofelia representaría a la mujer con todo su potencial: inteligente, con cultura, con mucha sensibilidad, pero ubicada en un entorno dominado por hombres que finalmente la castran. Por eso Ofelia acaba siendo sacrificada. Ella es una herramienta usada por el poder. Cuando ya no sirve, la desechan. Es algo muy contemporáneo, en el fondo. Piensa en la mujer como objeto sexual, como arma de guerra, como ama de casa, como camarera de pisos en Mallorca que de golpe se lesiona la espalda, etc.

-¿En qué le gustaría que España se pareciera a Dinamarca?

-Como no conozco la Dinamarca actual, hablaré un poco del modelo que tenemos de los países nórdicos. En este sentido, me gustaría tener un país que no tiene miedo a la diferencia o de pedir a la población qué quiere. Un país en el que se respeta el medio ambiente y la diferencia a nivel de orientación sexual. Un país que trabaja por la justicia social, cultural y lingüística. Un país que aspira a tener una industria audiovisual y teatral que funcione y que realmente sea industria. El teatro no se puede asociar a aburrimiento, a bostezos o a una hora de agonía. Pero para hacer un buen producto que capte público, has de tener unas buenas condiciones laborales, has de poder ensayar, has de tener espacios. Después, estas producciones se han de poder mover, se les ha de dar visibilidad y se ha de buscar más público. Es difícil, pero se puede hacer mucho más de lo que se está haciendo ahora.

-El mayor miedo colectivo ya no es que pueda venir la Noruega de Fortinbrás a ocuparnos, sino el Estado Islámico.

-Es un tema complicado. Lo que hemos visto es que la intervención directa, una guerra en esos países, puede solucionar cosas a corto plazo pero después puede conducirnos a situaciones peores. Son ideales pero creo que con educación, igualdad de oportunidades y arreglando las cosas en esos lugares quizá la presión baje y se enfríen ciertas situaciones. Son países en los que ha habido muchos intereses políticos y económicos que no han permitido que la sociedad fluya. Alguna cosa tendremos que cambiar porque la mano dura no funciona por sí sola.

-¿Cómo plantearía un Hamlet actualizado?

-En el proyecto con Agnès Llobet habíamos planteado centrarnos en una generación, la que tiene en torno a 30 años y que se encuentra en un impasse. Tiene formación, ideas, ganas de hacer cosas. Es el relevo generacional. Pero hay como un tapón: no es posible acceder al mercado laboral y desarrollar los recursos que atesoras. No es posible activarse o dar forma a tu potencial. Y eso crea mucha frustración. Queríamos que Hamlet pudiera hablar de esto. De una generación de jóvenes -Hamlet y Ofelia tienen esos años- que se ven atrapados en la telaraña del sistema, que en la obra sería la Dinamarca monárquica y las figuras de Claudio y del padre de Ofelia. Los protagonistas no pueden avanzar y la telaraña los va atrapando hasta que al final son engullidos y acaban muriendo. Nos parecía una metáfora de lo que está pasando ahora. De toda esta gente que ha estudiado, que ha de emigrar, que no tiene visión de futuro, que no puede alquilar una casa, que no puede pagar una hipoteca, que no puede tener hijos porque tenerlos es un drama. Queríamos hablar de la angustia del futuro.

-Otro de los temas de Hamlet es la función del teatro, que hace de espejo de la realidad. ¿Le ve alguna otra función a esta expresión artística?

-Como espectáculo que es, una de las bases es que produzca placer en el espectador. Ir al teatro debería ser un motivo de satisfacción, no una tortura. Nos lo tenemos que pasar bien, pero ¿qué implica divertirse? Nos puede haber hecho pensar, nos puede haber gustado su planteamiento, nos puede haber emocionado, etc. Lo que quiero decir es que un producto intelectual también puede provocar satisfacción porque puede ser inteligente, divertido, agudo, etc. La gente ahora está mirando series porque creo que reúnen estos requisitos. Pero antes de las series hubo el teatro. Ahora estamos en otro paradigma: el teatro ha de encontrar su lugar, pero hemos de aspirar a eso también, a que la gente se lo pase bien.

-Se ha puesto el contador a cero. ¿Qué le pediría a Carlos Forteza del Teatre Principal?

-Sé que ya ha comentado estas cuestiones en las entrevistas, pero le pediría que se produzca, porque la industria ha de rodar. Que se trabaje para captar público. Que las producciones estén más tiempo en cartelera y que se muevan más dentro de Mallorca, en todo el archipiélago y también en los Països Catalans. Hay que hacer más promoción, poner banderolas en el centro. ¿Se hacen funciones escolares? Si se hacen, se han de incrementar.

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