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A tiro

Fantasmas

Tienen las mañanas de la segunda quincena de septiembre un aire fronterizo. De cambio. O uno las percibe así. Hay un aviso de despedida, una clausura, un salto del presente al pasado brusco y furtivo como el corte de un machete. Me refiero a que, aún sin terminar del todo el verano ya es el verano pasado. Y no hay tozudez que pueda detener la realidad o la sensación de que el hoy de septiembre es ya álbum de fotografías en color sepia. Las Conversaciones de Formentor son otro golpe de machete que nos advierte del fin de otra forma de vida en sí misma: el verano. Porque eso es el verano en puridad: otra forma de vida, una rareza, un ayuno, una excentricidad, un oasis, como el sorrentiniano pabellón de reposo de Youth.

A fecha de hoy, ya conocemos de qué hablarán los intelectuales que se reúnen en ese hotel bellamente incrustado en los acantilados, sumido en una quietud casi pastoral sólo interrumpida por ciertos escritores de temperamento volcánico que han hecho temblar los cimientos de la sala Orfeó. Uno de los padres de toda esta historia, Basilio Baltasar, me advierte de que el tema de este año es muy Edgar Allan Poe, con sus cuervos recitando el never more a las puertas de la casa Usher. Copio y pego el epígrafe que bautizan las Conversaciones de 2016: "Espíritus, fantasmas y almas en pena. Historias del más allá en la literatura". Las fechas de este festín de voces inteligentes, autorizadas, coléricas, ególatras, bondadosas y a veces ingenuas: del 16 al 18 de septiembre. Entre los actos programados, está prevista la entrega del Premio Formentor de las Letras -a Roberto Calasso- y un homenaje a Cela, fundador de tal hoguera de las vanidades.

Me gustaría constatar aquí y ahora que la escasez de actividades por el Día de los Museos -celebrado el pasado miércoles- se debe a la absoluta normalidad con que los ciudadanos los visitamos y los hacemos nuestros. Pero va a ser que no. Aquí le hacemos más caso al tiburón de Portopí que al de Damien Hirst. A veces pienso que los peores enemigos de la cultura somos los que nos autoproclamamos culturetas. Los que actualizan (o actualizamos) el Facebook con frases poéticas, fotografías de artistas malditos, links de YouTube con grupos raros que sacaron un único LP en el 76 o pantallazos de pintura flamenca. Los que comparten eventos como si no hubiera un mañana. Los que van a vermuts con música gratis y a los mercadillos vintage de postureo. Los amigos del swing y lindy hop. Los djs. Los periodistas culturales. Si hiciéramos una encuesta, ¿qué nos apostamos que en términos generales el gasto que hicieron (hicimos) en cultura el mes pasado no supera los diez euros? ¿Con qué cuajo vamos a burlarnos después de los fans de Bruce Springsteen y sus selfies en el concierto de Barcelona? Enerva oír llorar a los artistas cuando son ellos los que tampoco van a galerías o a museos. O a muchos músicos que ni siquiera van a los conciertos de las salas donde ellos mismos tocan asiduamente. ¿Y qué me dicen de ver a un músico en una exposición de arte o en un museo? ¿Y ver a un artista plástico en un concierto? ¿Esperan de este modo tener público si ni siquiera parecen comprometidos con lo que hacen? ¿Es, en realidad, esa actitud cultureta una mera pose? ¿Una máscara bajo la que ocultar otras carencias? ¿O acaso somos todos tan cultos que cuando hay un concierto o una exposición nos retiramos en nuestras casas a disfrutar de un silencio que está hecho en gran parte de las palabras luminosas y acogedoras de unos cuantos libros? Nahhhh.

Así las cosas, ¿ha de extrañarnos que la Fundación Miró ofrezca en alquiler -con las obras de arte expuestas- el Espai Cúbic y la sala principal del Espai Estrella? Somos unos fantasmas.

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