­Cuando llegó con su familia a Mallorca en 1954, Camilo José Cela ya había publicado obras esenciales, pero en los 34 años que vivió en la isla se consolidó como narrador y generó propuestas literarias y académicas que le convirtieron en un dinamizador singular en la historia cultural reciente de Balears.

Salió de Palma camino del Nobel tras impulsar en Mallorca una de las más importantes revistas de las letras españolas, Papeles de Son Armadans (1956-1979); crear un encuentro literario que atrajo a Formentor a personalidades como Graves, Duras, Calvino, Moravia, Alexandre, Rosales y Alonso (1959-1967); ser designado académico de la lengua (1957), adquirir el grado de catedrático en la incipiente universidad balear (1980) y fundar la editorial, Alfaguara (1964).

"Con su inmensa humanidad y capacidad de convocatoria" era el centro de "un círculo que hizo que Mallorca fuera un punto de irradiación de nombres y actividades, y que al mismo tiempo fuera un foco de atracción en torno a su figura", resalta su alumno y amigo Perfecto Cuadrado, catedrático de Filologías Gallega y Portuguesa de la Universitat de les Illes Balears.

"Ayudó -insiste con admiración- a que la isla fuera conocida, frecuentada por muchos autores porque él, además, hacía de anfitrión, y muchos vinieron aquí por invitación, por incitación de don Camilo".

A Cuadrado le gusta resaltar la poco conocida faceta de Cela como catedrático extraordinario, responsable de 1980 a 1985 de los cursos de doctorado de Dictadología Tópica y Español Coloquial. "Fue mi compañero de departamento y al mismo tiempo mi profesor", explica.

La Dictadología Tópica, que estudia los "díceres o dichos populares" de los diferentes lugares, era el vehículo del escritor gallego para abordar "un proyecto que le rondó toda la vida" y no consumó: "Hacer un diccionario geográfico popular español".

Para recopilar información, relata el profesor de la Universidad de Balears, Cela remitió cartas a todos los pueblos de España pidiendo a los carteros información sobre los topónimos, refranes, dichos y coplas característicos de cada localidad.

"Respondieron el 99 %. Tenía entre uno y tres archivadores por cada provincia. Yo me encargué del de Zamora, y puedo dar fe que allí había material para 50 tesis doctorales", dice Cuadrado, que recuerda divertido cómo Cela utilizaba en sus cartas el título de cartero honorario con el que fue honrado gracias a este proyecto.

También rememora con humor que la primera clase del autor de La colmena se convirtió en un acontecimiento social que recogieron las revistas del corazón, pero, sobre todo, hace hincapié en la generosidad de don Camilo con sus alumnos, a los que invitaba a café tras las clases y a quienes cedía el uso de su biblioteca privada.

"La imagen que don Camilo ha ido proyectando, sobre todo según avanzaba en su vida, es la de un personaje casi ofensivo, grosero muchas veces, mal hablado, siempre dispuesto a chocar al próximo (...). Para mí tengo que era un ser muy vulnerable y que se sabía muy vulnerable", describe.

"Todos en nuestra vida nos vamos creando un personaje, para nosotros mismos y para los demás. Ese personaje está siempre a la altura de lo que somos realmente, y don Camilo era un genio", pero la figura pública genial era "lo contrario" a la que conocen sus amigos. "Era la persona más británicamente educada, más delicada, más atenta, y hasta más tierna que he conocido", insiste Cuadrado.

A Cuadrado, que fue su "enlace profesional con Mallorca" cuando Cela cambió de residencia y de esposa a partir de 1988, le importa también resaltar que el nobel gallego "era un trabajador nato", que, además de su extensa obra, impulsó desde su chalé del barrio palmesano de la Bonanova la revista que había ideado en su residencia anterior de Son Armadans.