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Análisis

El club

Vista la lista de nominados, los miembros de la academia de cine norteamericana han aplicado, ¿sorprendentemente?, el más común de los sentidos. Con una doble excepción. El premio al mejor director debería cedérselo Iñárritu a los descendientes de Andrei Tarkovsky, al que ha fusilado sin rubor. Leonardo DiCaprio ha ganado un inmerecido Oscar porque no dárselo hubiera sido una inmerecida humillación. El mejor actor del año, a años luz del resto, es Gèza Röhrig. Mala pata, El hijo de Saul no es una producción anglosajona y sólo se ha llevado el premio al mejor filme forastero.

El resto de premios sí los considero acertados: la ya citada, y escalofriante, El hijo de Saul, el gélido y cáustico Mark Rylance, el iluminante documental Amy, la nada infantil Del revés/Inside out, los guiones de Spotlight y La gran apuesta, el incombustible Ennio Morricone bandeando con los ocho zumbados de Tarantino, y el grapat de premios de consuelo a Mad Max. Con las féminas puntualizo que Brie Larson y Alicia Vikander se lo han ganado además por el conjunto de sus cortas e intachables carreras.

La mejor película del año, Spotlight, es un compendio de rigurosidad y sobriedad sin renunciar a la emotividad. Es muy recomendable compararla con la chilena El club, injustamente no finalista. Las dos muestran con enfoques antagónicos dos rincones del mismo sumidero. El cacareo previo de los actores y cineastas afroamericanos y latinos ha confirmado que la Academia es un Club. De abueletes blancos llenos de prejuicios. Por suerte, o por viejos más que diablos, han votado con casi todas las neuronas en on. Ahora sólo queda pedirles que abran la ventana y se quiten la pinza de la nariz. Es una quimera, lo sé.

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