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Crítica de cine

Detrás de la claraboya

Brie Larson y Jacob Tremblay en ´La habitación´.

La habitación es (mínimo) tres películas. Primera. La (¿oscarizada?) actuación de Brie Larson. Antológica. Igual de excelsa, y meritoria que en Las vidas de Grace (2013). En este filme lidia con un papel tentador de excesos (melodrama, sobreactuaciones). Despliega miradas, silencios, arrebatos y sutiles códigos corporales que sólo actores de raza logran hacer creíbles. El niño, Jacob Tremblay, muestra también unas tablas sorprendentes para su edad.

Segunda. La primera parte de la historia. El secuestro. La novelista y guionista Emma Donoghue jura que no está basada en un hecho real concreto, aunque los paralelismos con Natasha Kampush son demasiado evidentes, desmarcándose con el hijo. Alguna duda de verosimilitud (¿dio a luz sin ninguna asistencia médica?) a cambio de mucho más juego dramático. Evita abusos de originalidad (verbigracia El coleccionista o Enterrado). Sustituye la claustrofobia de un Robinson por el esfuerzo de simular normalidad e intentar inmunizar al niño de angustia. Muy logrado.

Tercera. La vuelta al mundo real, el que hay detrás de la claraboya del cobertizo. El mayor acierto es desterrar al delincuente, acotar la presión de los medios de comunicación y centrarse en el trauma psíquico de la familia, niño, madre y abuelos. Chapó también para el guión, emotivo y verídico. Todos los personajes están tocados, todos tropiezan, se levantan y vuelven a tropezar intentando recomponer el destrozo y resetear. La dirección y la música acaban de armonizar el conjunto. Sobre una situación mucho más infrecuente de lo que se puede pensar, y que se presta a mucha manipulación y morbo, guionista, director y actores han redondeado un buen, casi gran, drama.

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