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100 años del Museu Diocesà

Los tesoros de la Iglesia

El museo ha mejorado las instalaciones y el recorrido expositivo desde 2013, cuando pasó a gestionarlo el cabildo de la Catedral - En el último año, el centro ha aumentado los visitantes - En los próximos meses, se anunciarán más actividades por el centenario

El Museu Diocesà está pasando por un buen momento. La celebración del centenario del centro coincide con un aumento de los visitantes y una mejora de las instalaciones y el recorrido expositivo. Entre enero y febrero de 2015, habían pasado por el museo unas 580 personas. En el mismo periodo de este año, cerca de 1.200.

Apunta la conservadora de Patrimonio de la Catedral, Catalina Mas Andreu, que desde que el cabildo gestiona el espacio -de facto, en 2013- se ha mejorado el sistema de climatización y cada sala se ha equipado con sensores de humedad y temperatura. "También se han ido fijando las policromías de las pinturas y tallas que estaban deterioradas", revela. Asimismo, el itinerario por la exposición permanente también se ha reelaborado y se ha incorporado una tienda. "Hemos conseguido que el circuito sea lineal abriendo el museo por la capilla. Otro de los cambios en estos últimos dos años ha sido el de crear una entrada conjunta con la Catedral, dado que el museo tenía muy pocas visitas. "Para los extranjeros, cuesta 7 euros. Para los residentes, la Catedral es gratuita y visitar el diocesano sólo asciende a dos euros", detalla la historiadora.

Amén de los cambios en la planta principal del museo -dirigido actualmente por Gabriel Amengual-, éste cuenta con dos espacios más en la primera que se abrieron en 2015. Uno de ellos es el de Campins-Gaudí, que ilustra la intervención que llevó a cabo el arquitecto catalán en la Seu, y otro sobre Ramon Llull, instalado en las salas temporales.

Calcula Catalina Mas que los fondos del museo suman más de dos mil piezas. "Es arte sacro y religioso comprendido entre los siglos VI y el XX", señala. Se exponen de manera permanente un centenar de obras de toda la colección, "las más relevantes y las que mejor se han conservado". "Hay que tener en cuenta que la mayoría de ellas son fragmentos de conjuntos mayores, son piezas fragmentadas o restos", advierte Mas. "Los criterios de selección de las mismas se establecieron en la última gran reforma del museo, que acabó en 2007", continúa. Uno de los objetivos de la museografía, actualizada recientemente, es mostrar a la Iglesia como una de las grandes promotoras de las artes a lo largo de la historia y dar una buena muestra de los diferentes estilos artísticos que han tenido lugar.

En la planta baja, refiere Mas, hay una representación de todas aquellas expresiones que ha producido la sociedad cristiana a partir de sus preocupaciones y vicisitudes. La visita arranca en la capilla del Palau Episcopal -dedicada a Sant Pau-, la parte gótica del inmueble. Su interior lo preside el retablo original del oratorio. Desde el flanco derecho, le acompaña un vitral de Gaudí donde representó el escudo del obispo Campins y que se colocó en este espacio antes de la reforma de la Catedral. "Aquí hizo un pequeño ensayo", comenta Mas.

A pesar de que la muestra permanente sigue el orden cronológico, algunas piezas están colocadas en función del espacio. Es el caso de la siguiente sala, la más amplia del museo. En ella, conviven las obras más antiguas de los fondos con una de las joyas de la corona, el retablo de Sant Jordi de Pere Niçard, datado en el siglo XV. Está muy bien conservado y su colorido y técnica llaman la atención. "Es una tabla de un retablo mayor. Está trabajada con pintura al óleo. Por la época, se trataba de una novedad técnica. Llaman la atención su detallismo y el naturalismo, el uso de los reflejos y su clara influencia flamenca", expone Catalina Mas.

La historiadora repara en un detalle curioso. "Si te fijas, en la armadura del caballero, en el reflejo de la zona de la rodilla, se percibe un autorretrato del pintor, a lo Velázquez. Es algo que no debe extrañar porque es una obra que está a caballo entre el gótico y el Renacimiento, cuando la figura del artista empezó a ser más relevante", indica.

En el centro de esta misma sala, en una vitrina, lucen las dos piezas más antiguas del museo. "Son de arte paleocristiano, de los primeros pobladores cristianos de Mallorca antes de que llegaran los musulmanes y Jaume I", refiere Mas. En concreto, son un incensario hallado en Algaida y un capitel de Santa Maria decorado con pámpanos y racimos. Siguiendo con el recorrido, el espectador hace parada en un conjunto de piezas arquitectónicas: una pertenece a una iglesia del repoblament de la zona de Sant Jordi. También hay unas ménsulas de columna que son del taller de Guillem Sagrera y que provienen de la iglesia de Sant Felip Neri. En el mismo pasillo, al borde de la próxima estancia, se ilumina una clave de bóveda de la Mare de Déu de la Rosa de Inca. "Piezas como ésta pueden estar a 20 metros de altura. Y mira lo bien trabajadas que están, incluso zonas que no están a la vista del ojo humano. Lo que significa que en esta época trabajaban para la vista de Dios", observa Mas. En el otro lado, destacan dos imágenes del XVII que representan a Santa Catalina Thomàs (en realidad es una Santa Rita reutilizada) y a Ramon Llull, esta última incorporada recientemente al museo con motivo del Any Llull.

El siguiente espacio está dedicado a los dos talleres principales del Renacimiento: el de los López y el de los Oms, "ambos con obra por toda Mallorca". Llama la atención el retablo del Betlem de la Sang o la marededéu dormida y yacente en una preciosista caja pintada a mano. La talla de la Virgen es de la iglesia de Sant Miquel. "Es gótica, está trabajada con pan de oro y policromía. Es un modelo típico del XV", desvela Mas. "La caja es de los López. En ella están representados los apóstoles y Jesucristo, que porta el alma de su madre", detalla.

A continuación, el Barroco se abre al espectador con un Sant Cristòfol de Miquel Bestard, una escultura del antiguo convento de Sant Domingo y cuatro pinturas de Joan de Joanes y Vicent Macip.

Antes de adentrarse en el Espai Campins-Gaudí, es de obligada parada la sección del siglo XIX, donde se exhiben algunos elementos que había en la Catedral antes de la intervención de Gaudí. En primer lugar, se contempla la urna original de Jaume II realizada por Sabatini y encargada por Carles III. Ocupaba la parte central de la Seu cuando el coro estaba en medio. Al lado, se expone un fragmento del corredor dels ciris, que se empezó a construir en 1321. De la sala contigua, pende una muestra de cuadros del XIX. "Es pintura de temática histórica, religiosa, exótica y en la que se representan las emociones", explica Mas. A la derecha, pueden verse sendas representaciones de Ramon de Torrella y Jaume I con los planos de la Catedral, "aunque ninguno de los dos la vieron empezada". Pinturas góticas aparte, uno de los mejores cuadros del museo está en esta estancia. Se titula La solitud de la Verge de Ricardo Anckermann. "En él se representan todos los elementos del Romanticismo: se evoca cierto exotismo, pues la escena podría ubicarse en Túnez, por ejemplo, también está la temática histórica o religiosa, y se representan las emociones, en este caso la soledad y vacío de la Virgen ante la muerte de su hijo mediante el uso de la luz", considera la conservadora.

En la primera planta, el universo Gaudí alcanza todos los rincones. El recorrido arranca con una maqueta original del arquitecto con la que presentó el proyecto de reforma de la Seu. Y continúa con la exhibición de otros elementos diseñados por él, como unos tintinábulos, un conopeo, un banco, una cátedra portátil o una escalera modernista que se utilizó hasta el año 2000 para situarse encima de la mesa del altar. Asimismo, hay un ejemplo de la tricromía que empleó en los vitrales.

En la misma planta, las dos salas temporales se dedican a Ramon Llull, una muestra muy didáctica que está recibiendo múltiples visitas. Está formada por un documental ficcionado sobre la figura del filósofo mallorquín y una zona didáctica con los conceptos básicos sobre Llull. En el recorrido, tres tesoros de gran valor: un mascarón de proa del vapor Lulio que representa al beato y que proviene del Museu de Mallorca. Fue diseñado por Ricardo Anckermann. También, hay un Crist Crucificat procedente de la iglesia de Sant Jaume. Es el Cristo más antiguo de los venerados en Mallorca. Está datado en el primer tercio del XIII. Cierra la exposición una arqueta sículo-arábiga procedente del Museu Capitular.

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