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Opinión

Cualquier cosa con Darín dentro

Al menos treinta millones de españoles no vieron ni un solo estreno del cine español en 2015. Tan recomendable abstinencia no impide que los Goya convoquen a Mario Vargas Llosa, feliz de compartir pasarela con los literatos Andrés Pajares y Fernando Esteso. El Nobel cumplió anoche con todos los vicios que denuncia en su plúmbeo ensayo La civilización del espectáculo. Por lo visto, "la banalización de la cultura" solo es pecado cuando banalizan los demás.

El atractivo del Nobel para las cámaras no radicaba en su cabeza, sino en la mano que le unía a la insulsa Isabel Preysler, a quien el entrevistador de TVE no se atrevió a formular pregunta alguna sobre la banalización de la cultura ni sobre el cultivo de la banalidad. La degradación literaria se remataba con la asistencia de Íñigo Méndez de Vigo, satirizado por Dani Rovira ante la mirada asesina de la esposa del ministro accidental. Cuando le hablan de la producción española, el titular de la asignatura en el gabinete Rajoy elogia Cine de barrio. La televisión del régimen racionó las imágenes de Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias con coletín y corbatín. La democracia no es el fuerte de la primera cadena.

El cine español produce esporádicamente una cinta para el recuerdo. Este año, B y El desconocido, por encima de sus premios a montaje y sonido. Dado que ninguna de ellas figuraba en el quinteto de nominadas, la gala era una farsa. La hexagalardonada Un día perfecto es la mejor de las seleccionadas, gracias a la química irónica entre Benicio del Toro y Tim Robbins. Superan al tándem del anodino Javier Cámara y el excelso Ricardo Darín -que debió ceder el premio a Pedro Casablanc- en Truman, una película feelgood que acapara estatuillas porque glosa valores extinguidos. La presencia en el quinteto de la insoportable Nadie quiere la noche desacredita a los goyas en su integridad al obtener cuatro. Ninguna alcanza a la argentina premiada, El clan. A propósito, ¿dónde está la chilena El club? Y sí, comparto el éxtasis ante el prodigio gráfico de La novia, pero juro no volver a verla. Acabé empachado de evocaciones lorquianas, aunque por fuerza debe cautivar en una gala donde el "momento épico" es un abrazo ante las cámaras de Javier Bardem y Penélope qué Cruz. Comparten dos hijos, la epopeya sería que se liaran a guantazos en público.

Menos de veinte mil españoles han visto las cinco películas nominadas. Son un 0,5 por ciento de la población, y nadie les envidiaría una constancia patológica. No creo que estos esforzados cinéfagos soportaran una gala que volvió a hacerse más larga que una película española. Una ceremonia en que Álex García merece con creces el goya al actor revelación por el jinete rocoso de La novia, pero se lo arrebata Miguel Herrán.

El cine español no conoce términos medios. El segundo escalón no se compone de películas tolerables, sino infectas. El presentador y protagonista de la excluida Ocho apellidos catalanes vuelve a ironizar sobre Isabel Coixet, después de haber herido su susceptibilidad en la promoción de la gala. Y ya lanzado, Rovira rinde homenaje a Mario Casas, el peor actor del cine español en siglos salvo mejor opinión de Vargas Llosa.

La gala es la mejor prueba de la desconexión entre el público español y su cine, que envía Loreak a los Oscars y silencia B porque huele a Bárcenas. Quienes sintetizamos la novela y la película La insoportable levedad del ser en la figura de Juliette Binoche, nos hundimos ayer ante su vulgaridad en la gala, sin quitarse la bata de gutapercha en lo que una experta definió como "arriesgado". Reinterpretó su papel de estrella avinagrada en Viaje a Sils Maria, donde entregaba su mito a Kirsten Stewart. En cuanto al premio a Mariano Ozores, principal representante de la españolada cinematográfica, que lo expliquen los pasolinis.

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