Nigel Hall celebra su exposición individual número cien con un reto. Se acabó la "resistencia" al bronce que "al igual que compañeros de mi generación, sentí cuando empezaba". Sin más, el tiempo ha sido quien le ha inclinado a un clásico en la escultura. "En los años setenta, mis piezas eran de fibra de vidrio, llenas de color, y siempre con una huella muy visible de mis manos. Ahora he sentido que era el momento de trabajar el bronce", asegura.

Nigel Hall regresa a la Sala Pelaires donde ha expuesto en dos ocasiones, con la de hoy, tres, y lo hace con doce esculturas, en diálogo con sendos papeles.

Incluye su obra en papel habitualmente en compañía de sus esculturas. "Para mí el dibujo es una vía de escape. Me da más libertad que cuando tengo que hacer la obra en sí", apunta. En su haber, un sinfín de cuadernos de viaje donde "tomo apuntes de la atmósfera de los lugares". "Mis dibujos no tienen nada que ver con mis obras, aunque quizá aparezcan apuntes", añade Hall.

Relata la ascendencia familiar por los trabajos de filigrana. Su abuelo era restaurador de la piedra de las catedrales, y su madre era una gran bordadora. Esa semejanza a la artesanía se observa en sus esculturas. "He desarrollado la manualidad", comenta.

Conceptos como verticalidad y horizontalidad "han sido muy importantes en mis obras", apunta. Recuerda entonces sus trabajos ´hilo´ –por la similitud al sedal de pesca– que quedan suspendidos, hechos en aluminio, y que situó en el desierto de California y en Suiza.

Sin embargo, Nigel Hall se distancia cautelosamente del land-art. "Lo que más me gusta es la integridad de una pieza en la naturaleza, en el espacio, incluso el de una sala donde siempre descubres nuevos ángulos, pero aunque respeto mucho el land-art, nunca me he planteado mi trabajo en ese sentido".

En cuanto a la escultura en el espacio público es tajante: "Soy precavido. Me resulta invasiva, hay demasiadas. Las colocan y luego se olvidan de ellas. No es serio".