Pepe Cobo, ojo avizor, ya fichó en 1986 a Juan Muñoz para una muestra de escultura contemporánea en Sevilla. Un "flechazo" súbito tuvo la culpa de que el sevillano se convirtiera en el galerista del escultor madrileño. En medio de la atonía de un mediodía palmesano, resopla el marchante cuando piensa en el artista fallecido en Eivissa en 2001: "Qué atractivo podía llegar a ser. Era el más dulce y el más terrorífico. Todo en uno". Personalidad "convulsiva" que trasladaba a su creación: "Odiaba el color amarillo de unos chinos que había diseñado. En un arrebato, envolvió sus cabezas en film transparente. Les dio un no se qué".

–¿Qué sintió al ver por primera vez una escultura de Juan Muñoz?

–En aquella época, Juan usaba menos la figura. Los elementos narrativos ya estaban. Su obra es su mundo, lo que él ve. Tiene que ver con la visión de su mundo real e intelectual. Pero lo fascinante, insisto, era el personaje explosivo, inquieto y tan chulo de Juan.

–¿Un chulapo como buen madrileño?

–Sí, era un chuleta. Esa actitud formaba parte de la invención sobre sí mismo. Porque él ficcionalizaba sobre su propio ser. Ésta es una idea que luego se refleja en el personaje del ventrilocuo que desarrolla en sus esculturas. Ponía en práctica aquello que se dice sobre las miles de personas que llevamos dentro.

–¿Tan valentón para llevar siempre una navaja encima?

–Esa navaja tenía un significado de defensa, de personaje maldito. Era otra época también. La debía llevar a modo de símbolo, para sentirse canalla.

–¿A qué le tenía miedo el escultor?

–Juan era aprensivo. Tenía miedo a la muerte. Jugaba al límite. Creo de todos modos que se murió de la manera más digna: estando a tope. La aneurisma es la muerte al máximo, es como una desconexión. Juan no hubiera resistido una muerte lenta.

–¿Le importaba el dinero?

–Sí, bueno, digamos que le gustaba jugar a ser rico. Pero era una faceta más de la versatilidad que le gustaba desplegar. Muñoz usaba todos los elementos. Lo de la riqueza era un juego de representación y de poder más.

–De carácter fuerte, ¿se dejaba aconsejar?

–Se le acusaba de artista dealer [comerciante]. En el fondo, era como Velázquez. Él se vendía bien a sí mismo y a sus esculturas. Era su propio art dealer [marchante]. Muñoz era un gran captador de ideas y estrategias. En cuanto a los consejos, más aprendías tú de él que no le aportabas. Necesitaba pocos consejos.

–Un poco absoluto, ¿no?

–Vivía al límite. Quizás tendría que habérselo hecho ver, pero no le dije nada.

–Si era su propio galerista, ¿le dejaba trabajar a usted?

–Sí, claro que te dejaba trabajar. Lo que pasa es que era un tipo muy potente, con mucha energía y una gran capacidad de trabajo.

–¿Mitifica a Juan Muñoz el mal carácter que le atribuyen?

–Bueno, es cierto que tenía muchos cambios de humor. Era muy convulsivo. Si se cabreaba, luego se daba cuenta y recapacitaba. Su inteligencia era máxima. Tenía tantos amigos como enemigos. Lo que está muy claro es que su lema era no a la vulgaridad. Tampoco soportaba el peloteo ni el pasteleo de mucha gente que le rodeaba y estaba en el mundillo.

–¿No tenía intereses por los que callarse?

–Por el arte, hubiera hecho cualquier cosa. Pero, en general, no. Llegó a mandar a la mierda a uno de los coleccionistas más importantes del mundo. El tipo en cuestión decía que gracias a él y a otros coleccionistas era un artista reputado. Y Juan encolerizó y le espetó con un "si el artista soy yo".

–¿Qué hubiera dado de sí Juan Muñoz si no hubiera muerto a los 48?

–Recuerdo una noche, un mes antes de morir. Me confesó en ese momento que había llegado al culmen de su carrera. Que con la pieza Doble Bind (2001) que hizo para la Tate Modern había llegado a lo más alto.

–Hay voces que hablan de repetición justo en esa etapa que usted menciona.

–No lo creo. Muñoz quería en ese momento desarrollar ideas que ya había practicado. A lo último ya se reconocía a sí mismo y se consideraba un grande. Que ya había aportado a la historia del arte lo suficiente para serlo.

–No iba a haber giros.

–Giros inmediatos no iba a darlos. Hubiera desarrollado más la escultura pública. A lo último le interesaba la idea de ciudad y el espacio urbano. Hubiera continuado en la línea de la escultura que se puso en la puerta del Guggenheim, Trece riéndose los unos de los otros.

–¿Le gustaban los periodistas?

–Le interesaban los interesantes, no los banales. Juan Muñoz fue un tío muy delator de aquella España en la que nadie hablaba en contra del establishment. Era muy honrado. Emitía una opinión muy crítica sobre directores de museos, el contexto artístico nacional y los críticos de arte.

–¿Se hizo esperar el Premio Nacional de Artes Plásticas por esa actitud tan punzante hacia la política museística de este país?

–No lo sé. Muñoz jugaba también a ser maldito en su propio país, como si no le interesara España, cuando en realidad sí que le importaba. Lo que pasa es que sabía perfectamente que si quería triunfar en la división de honor del arte tenía que hacer su carrera fuera. Y esto es así cada vez más.

–¿Qué dijo cuando supo que le iban a otorgar un galardón tan institucional?

–Me voy a comprar un peluco con la pasta. Eso dijo. Como se murió antes de recibirlo, creo que se lo hubiera regalado a alguien o a algún grupo independiente de teatro. Se me ocurre todo menos ingresarlo en la cuenta corriente.

–¿Por qué la situación es cada vez peor en España?

–La visibilidad es fundamental. Si no creas situaciones adecuadas para que el país tenga esa presencia mundial, fastidiado lo tienes. España tiene poca presencia en la cultura mundial. Su coleccionismo, su presencia museística, sus programas educacionales y sus ferias no tienen tanta importancia como las de otros países.

–El mundo del arte siempre le da la culpa a los políticos.

–Y a la física. Vamos a ver, España sigue siendo periférica. Está lejos. El tema físico es muy importante. El espacio del mercado lo ocupan ciudades centrales más fuertes como París, Milán o Colonia. Antes un grupo de artistas representaba a un país y tenían que tener galerista en cada país donde exponían. Ahora ya no. Esta cuestión ha debilitado muchísimo a España.

–¿Es la lejanía más dañina que internet?

–Es cierto que internet nos ha perjudicado. Pero el tema en el arte es la seducción, y ésta necesita de la cercanía física para funcionar. El coleccionista para terminar comprando necesita ver la obra y tenerla delante. Tiene que sentirse seducido.

–¿Por qué no intentó montar una galería en el extranjero?

–Ahora ya no me iría fuera. Lo que vaya a hacer lo tengo que hacer en mi país, que es donde puedo ser fuerte, pero teniendo en cuenta sus debilidades. Cuando estaba en Sevilla, antes de trasladarme a Madrid, intenté ir a Nueva York. En 1988 el dólar estaba muy barato. Mi problema es que no sabía inglés y eso me limitó mucho. Irme por esa época, cuando España vivió sus mejores ARCO, hubiera sido un acierto absoluto.

–Sobresaturación de galerías. Y usted abre este año Pepe Cobo & Cía.

–Cambio de aceite [nombre del proyecto] surge como preocupación y análisis del contexto de las artes en España y en el extranjero. A raíz de mis últimas reflexiones en la etapa de Madrid, vi que para poder tener más visibilidad debía hacer proyectos más singulares. La idea es hacer intervenciones concretas es un espacio singular y único. El artista y el espacio se interrelacionan en Cambio de aceite. Aquí, el espacio es imperativo, habla siempre. Éste es un modo de abrirme y tener una visión mayor. Es difícil tener buenos artistas en España viendo cómo está Europa ahora. Con este proyecto sabes que vas a tener más posibilidades con artistas de fuera porque le aportas algo diferente. Le das la posibilidad de hacer un proyecto específico en un garaje. Pepe Cobo & Cía puede ser un lugar versátil, para proyectos de diseño, incluso de arquitectura. Está abierto a otras disciplinas.

–Viendo la ostentosa calavera de Damien Hirst, uno se pregunta hasta qué punto se han trastocado los cánones objetivos para medir el arte.

–Siempre se ha juzgado considerando lo que dice el artista, cómo lo dice ahora y con respecto a cómo se ha dicho con anterioridad en la historia del arte. ¿Cuál es la vara de medir? Si los jueces hacen las leyes, en el arte las normas se construyen entre todos los agentes del mundillo artístico: comisarios, críticos, artistas, coleccionistas, galeristas y subastas.