Independiente: "Como escultor no estoy dispuesto a seguir credos o doctrinas". Hedonista: "Mi ambición es capturar los raros y especiales momentos de placer que me ofrece la creación". Rebelde: "Detesto la fama y no me gustan los héroes". Barry Flanagan, uno de los renovadores de la escultura contemporánea, falleció este pasado lunes en Eivissa a los 68 años de edad. Una enfermedad degenerativa le apartó de la vida.

El artista galés, con obra en los principales museos y galerías del mundo –Museum of Modern Art de Nueva York, Serpentine Gallery en Londres, la Whitechapel londinense, el Georges Pompidou de París, la Tate Gallery en Londres y el Stedelijk Museum de Amsterdam–, fue uno de los artistas invitados en la edición de Art Report de DIARIO de MALLORCA de 2005. La colectiva, que incluía obras de Miquel Barceló y Bernardí Roig, entre otros, supuso la primera oportunidad de ver en directo en la isla las famosas liebres de bronce de Flanagan. Así se mostraron sus piezas, Hells Bells, Direct Tower, Moulded Tower y Nijinsky.

La muerte le sorprendió en Eivissa, isla que eligió como residencia a principios de los ochenta "al azar", ya que tal y como confesó a este diario, "seguía a la madre de mis dos hijas menores". Los últimos años, sin embargo, los vivió en Dublín.

Nacido en plena II Guerra Mundial, Flanagan fue un niño de la guerra que creció con la insolencia propia de una generación de inconformistas. Frente a los postulados burgueses de las clases dominantes, Barry Flanagan se sumó a los artistas que decidieron huir de credos.

"En mi juventud tenía mucho más claro lo que me gustaba y lo que no. La experiencia no me ha cambiado, pero ahora lo relativizo todo mucho más. No tengo respuestas tan contundentes. Cuando terminé los estudios decidí que no quería más doctrinas en mi vida. La generación a la que pertenezco entendió en aquellos años en Londres que la escultura necesitaba un nuevo lenguaje, que debía ser convertida, del mismo modo que Joyce alteró con su obra la novela posterior y John Cage compuso otra forma de entender la música".

Flanagan se mantuvo al margen del legado de Henry Moore y Anthony Caro. Se acercó, por la elección de materiales y su tratamiento a los postulados del povera, y pese a servirse del bronce en sus liebres, fundió dos conceptos opuestos: un material pesado con una figura llena de movimiento.

"La libertad individual está condicionada por el ambiente político, pero el espíritu es libre", recordaba Flanagan. Sus liebres saltarinas mueven el aire que él ha dejado ya de respirar.