Hasta 1991, año en que el inmueble volvió a manos del Ayuntamiento, el palacio de Manacor ha servido tanto para hospedar a las más elevadas castas sociales como para albergar material y a los trabajadores de Perlas Majórica.

Los documentos escritos informan de que el rey Jaume II, hijo de Jaume I, construyó este alcázar en Manacor para utilizarlo como residencia durante las cacerías que practicaba en la zona de Artà. Entre 1322 y 1323 se le dio forma definitiva al palacio. Casi todos los monarcas mallorquines visitaron Manacor, aunque sólo fuera de pasada. En 1321 se alojó allí el rey Sanç, quien se dirigía a la dehesa de Ferrutx. Posteriormente, hacia 1337, se tiene constancia de que se hospedó Jaume III, que fue a cazar ciervos a la Vall de la Nou. En 1935 estuvo también Joan II.

El palacio dejó de ser ´real´, cuando Fernando El Católico lo regaló a su secretario, Joan Ballester. Desde entonces ha pasado por distintas manos privadas.

Después de la conquista de Mallorca por parte de Jaume I, se llevó a cabo una política que pretendía dividir la isla en dos espacios diferenciados, a saber un área urbana y otra rural. Y así nacieron las zonas de recreo o de fin de semana para los monarcas. Una suerte de segundas residencias. Fue entonces que se establecieron una serie de palacios en diferentes lugares de la isla para recibir las visitas de los soberanos.

El Palau de Manacor, del que sólo se conserva la torre, se enmarca dentro de la tradición gótica. Las dependencias se organizaban en torno a un patio interior. Otras fortificaciones similares en la isla son la de Sineu, Valldemossa o el Teix. Lo que hace única a la de Manacor es que conserva in situ restos de muros medievales.