El otoño es una de las épocas más ricas gastronómicamente hablando, debido a las temperaturas suaves y a que la naturaleza nos obsequia con muchos alimentos. Las setas en la cocina tienen una doble función: por sus propiedades aromáticas y como alimentos ligeros que nos ayudan a perder esos kilos de más que los chiringuitos de la playa nos han dado.

Pero debemos tener en cuenta que no podemos abusar de su consumo, puesto que pueden resultar indigestas. Se pueden preparar de millones de formas distintas, pero utilizadas para dar sabor y aroma a las comidas es la manera en que las setas adquieren su verdadera dimensión culinaria.

Mejor si ha llovido

Todos los años y preferentemente en esta época montes y prados se ven plagados de apasionados del mundo de las setas. Octubre y noviembre son los meses más propicios para buscar este rico manjar. El clima de los meses anteriores será el que nos de la clave sobre la cantidad y el tipo que podremos encontrar: si las lluvias han estado presentes de forma constante lo más probable es que haya muchas y de muy buena calidad; sin embargo, si las precipitaciones han sido escasas seguramente tengamos problemas para encontrar especies tan comunes como los boletus o los níscalos.

Tanto los aficionados a la micología como los que buscan setas por sus prestaciones culinarias demandan una cuestión: ¿cómo se reconoce una seta comestible y una venenosa? Para que una persona empiece a distinguir las setas, lo mejor es acudir a recogerlas con alguien entendido en ellas.

Hay mucha gente equivocada en la forma que tienen de conocer si una seta es venenosa o comestible. Por ejemplo, es falso pensar que si freímos las setas con una moneda de plata y ésta se pone negra las setas son venenosas. También algunos se fían del color y del sabor, pero después de haberlas comido han sufrido graves trastornos.