En 1997, la conversación entre el austríaco Anton Zeilinger y el Dalai Lama reveló que tanto ciencia como budismo compartían puntos en común. Sin la tecnología de los físicos cuánticos, los budistas llegaban a conclusiones parecidas; los beneficios de la meditación, la no existencia independiente, ni de los átomos, ni de las personas, ni de las culturas; y los multiversos, universos paralelos, o planos paralelos de conciencia.

Según los cuánticos, no morimos. La muerte, tal y como la vivimos en la sociedad occidental, no existe puesto que morir no es más que abrirse a otro plano de la conciencia.

Pero lo desconocido siempre nos asusta. Estaríamos encantados de viajar a otro plano de conciencia siempre y cuando hubiera viaje de retorno, pero no cuando el viaje es sólo de ida.

Siempre me gustó imaginar que la muerte no era más que otro parto, entendiendo parto como un nacimiento a un mundo desconocido. Observamos que todo en la naturaleza se repite. Nuestro cuerpo está lleno de árboles, volcanes, ríos, y polvo de estrellas. Por esa razón no me parece del todo descabellado entenderlo así. Veo una relación entre la manera en la que entramos a nuestro mundo y la manera en la que salimos.

Los neonatos luchan por atravesar el cuerpo de sus madres sin tener ni idea de hacia dónde se dirigen. Salen del único mundo que conocen, del útero materno donde flotan en líquido amniótico, y de golpe respiran en un nuevo universo infinitamente más complejo. De la misma forma, en el momento de muerte nos desprendemos del cuerpo cual carcasa y espiramos el último aliento. Todos entendemos esa ausencia de respiración como la muerte. Pero algunos testimonios de personas que han experimentado estados cercanos a la muerte revelan que sin aliento también atravesaron un túnel, y que se dirigieron hacia una misteriosa luz, incluso que fueron arropados por otros familiares fallecidos.

Los más materialistas piensan que esas últimas visiones forman parte de la desconexión del cerebro, como cuando se funde una bombilla y produce algunos chispazos. Pero lo cierto es que no sabemos lo que hay más allá porque nadie ha sobrevivido a ello. Ni tampoco si hay lo mismo para todos. No todos los niños logran nacer, tal vez no todos logremos acceder a posibles reencarnaciones, o a otros planos de conciencia.

Hay que aceptar con humildad que hay cosas que se nos escapan, y está bien que así sea puesto que uno puede vivir la vida con más intensidad si sabe que es finita.

La obsesión por el futuro nos creará ansiedad. La sabiduría radica en vivir en el presente, y ocuparnos de que algo del contenido resultante de la personalidad individual, entendida como fusión entre genética y experiencia vital, prevalezca.

El exterior se diluye pero hay algo del contenido que no desaparece porque queda en la memoria de los demás. Y si encima hay algo más, lo que quiera que sea, ya lo veremos en su momento.

Somos como una canción. Eso sí, deberíamos asegurarnos de que nuestra melodía es lo suficientemente hermosa y original como para que nuestros seres queridos no quieran olvidarla.