Ayer estábamos pasando el día con los niños en una piscina cuando uno de los más pequeños va y le suelta a otro un zasca; –Has perdido tu dignidad–. La mamá del niño en cuestión le preguntó si sabía de lo que estaba hablando. Y el niño, obviamente, respondió que no tenía la más remota idea. Antes de consultar el diccionario me preguntaron a mí que en ese momento estaba tirada en la toalla untada en crema como un pollo asado y respondí que creía que la dignidad era éso que uno no debía perder bajo ningún concepto. Creo que sonó gracioso que hablara de ello con ese exceso de crema sobre la piel. Como pude, añadí que la dignidad era lo que nos daba sentido y categoría como seres humanos; el respeto hacia uno mismo y hacia los demás.

Luego consultamos el diccionario y, curiosamente, mi definición se acercaba bastante a la definición escrita. La dignidad proviene del latín: Dignitas y hace referencia al valor inherente al ser humano en cuanto a ser que toma sus propias decisiones. A su vez deriva de dignas, cuyo sentido implica una posición de prestigio y que en su sentido griego corresponde a digno, valioso, apreciado, ó precioso. Una persona digna puede sentirse orgullosa de sus actos y de quienes se han visto afectados por ellos, ó culpable, si ha causado sufrimiento a otros. Pero un exceso de dignidad puede fomentar el orgullo propio. En el que uno cree que es merecedor de derechos exclusivos ó privilegios. Así que, como todo, no hay que pasarse.

El concepto de dignidad humana tiene su origen en Grecia.

Ya los Sofistas se planteaban sobre el aspecto ontológico de la dignidad humana, y los Estoicos sobre su lado moral. Pero no llegó a forjarse ninguna teoría al respecto.

Platón y su teoría sobre las ideas en las que, por supuesto, había cabida para la idea del bien, y la ética a Nicómaco de Aristóteles que habla de la felicidad como fin último ponen el acento en el hombre como ciudadano de la polis pero ni mujeres, ni metecos entran dentro de esta categoría. El concepto de virtud aristotélico; y como virtud fundamental, la justicia, dista mucho del nuestro actual.

Pero fue Cicerón quién menciona el concepto de "loable conducta cívica" por primera vez.

Durante la Edad Media el hombre se convierte en un ser agobiado por el peso del pecado y será Tomás de Aquino quien lo rescate y redefina de la siguiente manera: “El hombre en cuanto inteligencia es un reflejo de la imagen de dios”. Esta definición evoluciona durante el Renacimiento en el que el hombre pasará a ser el centro del universo.

Ya a mediados del siglo XVlll, en plena ilustración, autores como Kant definen la falta de dignidad como falta de autonomía. Según el filósofo prusiano la dignidad debe ir de la mano de la libertad. En aquella época Kant no se planteaba una ética del bien sino una ética más bien formalista. Ni las mujeres, ni los niños, ni los animales, o las plantas eran tenidas en cuenta. Sin embargo, debemos agradecer a Kant el arranque de la filosofía contemporánea, y que en su ética ya se planteara cuestiones como la esclavitud. Consideraba que la vida humana era un valor en sí misma y que acciones como la esclavitud eran moralmente incorrectas.

La declaración Universal de los derechos humanos de 1948, que surgió como una flor de lodo tras la masacre que produjo la segunda guerra mundial supuso un gran avance. Por un tiempo, el ser humano se llenó de buenas intenciones, y parecía que el hombre había aprendido de sus errores. Pero hoy día, ochenta años después, esa declaración se aplica sólo a una parte de la población. Y volvemos a conceptos bipartidistas y desfasados como "los nuestros”, y "los otros”. Y caemos en contradicciones al considerar que los unos tienen más derechos que los otros.

Pues bien la declaración invoca en su preámbulo "(...) todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos (...)". Todos incluye a todos, independientemente del credo, la raza, o la condición sexual, también incluye a los animales, y al planeta en sí mismo.

El filósofo y sociólogo alemán, JÜrgen Habermas (DÜsseldorf 1929) ya nos plantea estas cuestiones. Su noción de responsibilidad reconoce en la ética Kantiana una de sus mayores influencias. Este filósofo reflexiona sobre la cuestión de los derechos reproductivos, la eutanasia, o los derechos animales y vegetales.

En mi opinión, y siguiendo las enseñanzas de Habermas y del Budismo tibetano, todo ser vivo debe ser respetado de antemano, incluso aquellos que no se valgan por sí mismos. Deberíamos replantearnos la dignidad de las plantas, y también la de los animales y la de los insectos. La dignidad del planeta y el universo en su totalidad.

El autogobierno no me parece una condición indispensable para merecer ser tratado de forma digna. Estos seres dependen directamente de la responsabilidad de los seres humanos; hombres y mujeres. Apartemos la culpabilidad y substituyámosla por responsabilidad. Concepto que recupera Habermas para su ética. Todos somos responsables de nuestros niños, de nuestra fauna y flora, y en definitiva de nuestro planeta. Y esa responsabilidad nos dignifica.

Las personas hacinadas en campos de refugiados han sido desprovistas de su libertad por políticos que han gestionado mal sus recursos, y han tomado decisiones impulsivas, equivocadas y cortoplacistas. Esos políticos deberían pagar por ello.

Sin embargo aunque el ser humano sea desprovisto de su libertad, siempre puede elegir seguir comportándonos con dignidad. Porque puede seguir tomando esas pequeñas decisiones que marcan la diferencia, como abrazar a los hijos, consolar a los que sufren, ó repartir la poca comida que haya de forma justa.

Incluso en la cárcel, los presos pueden elegir evolucionar y mantener su dignidad. Un buen ejemplo de ésto sería el que nos dá el actor Robert Redford en el film “La última fortaleza”. El protagonista no se deja doblegar a pesar de que el director de la cárcel se la tiene jurada, y se mantiene firme a sus principios y convicciones, dejando en evidencia las carencias de su verdugo.

Una persona digna mantendrá su dignidad en cualquier circunstancia. En situaciones adversas, mantener la dignidad puede adquirir tintes heróicos.

Pero, desde luego, los responsables de esos hacinamientos, encarcelamientos injustos, esclavitudes, ó quienes, pudiendo tomar cartas en esos asuntos y solucionar esas tragedias humanas, se quedan de brazos cruzados, y niegan directamente la dignidad, ó son cómplices de negar la dignidad a otros seres humanos, automáticamente se la están negando a sí mismos. Un ser humano que niegue la dignidad a otro, es un ser no digno.

Después de todo lo que hemos mencionado, queda claro que la dignidad no puede fingirse. La falsa dignidad es aquella que se ve reflejada en la cara que ponen algunos políticos en la foto, mientras en "el campo de batalla" toman decisiones destructivas que atentan contra sus ciudadanos. Entonces, según este razonamiento, y si queremos ser seres dignos de habitar nuestro precioso planeta por mucho tiempo, ¿a qué viene seguir haciéndole la corte a políticos que nos llevan a la autodestrucción? Y la lista sería larga.

No se trata ni de izquierdas, ni de derechas, ni de religiones, ni de razas, se trata de recuperar el timón de la política y ponerlo en manos de gente que no haya perdido el respeto hacia sí misma. Gente que, en definitiva, sepa el verdadero significado de la dignidad humana.