Hace pocos días recibe una llamada. El chico con quien una sale recién cumplidos los catorce siempre permanece en algún lugar de la memoria. No es que fuera un gran amor pero si alguien que la marcó, y desafortunadamente no para bien.

Iniciaron una relación insana, fría, extraña. El era una persona perversa en sus prácticas. En su absoluta inexperiencia, ella cometió el error de dejarse llevar, y de ceder a cosas que no quería, y dejó de sentir. Es tan importante atreverse a poner límites. Pero también es un hecho que muchas chicas jóvenes no saben hacerlo.

Cuando una mujer deja de sentir, desconecta de su cuerpo. A los pocos meses pidió a sus padres que la cambiaran de instituto. Necesitaba escapar de aquel entorno de hostilidad que, en parte, ella misma había creado. Logró recomponerse, pero por mucho tiempo sintió que era una mujer rota. Su sexualidad había quedado hecha añicos, y cayó en un lesbianismo reactivo. Es algo que entra dentro de los parámetros de los “teenegers”, que pasan de la heterosexualidad a la homosexualidad para luego terminar definiéndose en función de sus experiencias personales. Durante dos años sólo quiso relacionarse con chicas. El tiempo pasó y las heridas fueron cicatrizando, y aunque había una parte de su ser que no terminaba de recomponerse aprendió a vivir con ello.

Treinta años después, un día cualquiera, estaba preparando la cena de sus hijos y, de pronto, recibe una llamada. Era él. Le dice que necesitaba verla, que había pensado mil veces en ella, y que sabía que su conducta la había salpicado. Reconoce que se portó de manera inaceptable y se disculpa.

Habían pasado muchos años pero sus palabras parecían auténticas, y al colgar ella siente un profundo alivio.

En esta ocasión, la historia tuvo un final feliz. Desafortunadamente, no siempre es así.

La adolescencia es una de las etapas que más definen nuestra personalidad. Es el momento laboratorio, el momento del ensayo-error y, a la vez, una gran oportunidad para el crecimiento personal. No pasa nada, si uno se equivoca lo importante es reconocerlo y rectificar.

Los padres y madres no debemos velar para que los chicos no se equivoquen. Más bien al contrario, tienen que equivocarse. Tal vez lo único que podemos y debemos hacer es aceptar nuestra impotencia y acompañarles, sin más.

También en la adolescencia, y debido a cierto sentimiento de pseudo-inmortalidad, los jóvenes pueden llegar a creerse el centro del mundo, y poseedores de la verdad absoluta. Por ello, a veces es difícil conseguir una verdadera cercanía. Luego la vida nos pone a todos en nuestro sitio. Porque vivir es la mejor cura de humildad posible. Allí donde no lleguen los padres, llegará la vida.

Las relaciones que vivimos en la adolescencia quedan grabadas en nuestra memoria a fuego lento. Por ello es deseable informar bien a los chicos y chicas para que puedan tener relaciones sexuales sanas desde el primer momento.

Hay unas reglas del juego que no deben transgredirse. No todo vale, y menos para todo el mundo. Lo más importante es el respeto mutuo. Nunca debe forzarse a nadie a hacer algo que no quiera. Algunas fantasías deberían siempre quedarse en eso, en meras fantasías. No hace falta materializarlo todo, no es mejor amante quien más experimenta, sino quien es capaz de aprender a autocontrolarse, y a respirar con el otro; la buena química debe traducirse en una mejor comunicación.

La relaciones de poder que establece la pornografía pueden llegar a ser malinterpretadas, estableciendo patrones de conducta que luego disten mucho de adaptarse a una vida sexual saludable.

El sexo tóxico es aquel que merma la autoestima del ser humano. No debemos confundir erotismo con pornografía. El erotismo es algo necesario y positivo. Si queremos que los chicos superen la pornografía y tengan una sexualidad de mayor recorrido podríamos regalarles algún libro sobre sexo tántrico. Yo recomiendo uno de fácil lectura como iniciación:

"Tantra, el arte del amor consciente" de Charles y Caroline Muir.

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