Puedo decir sin complejos de ningún tipo pero sí con cierta resignación y una pizca de melancolía que me tocó formar parte de la generación de las pequeñas artistas de la crisis.

Las pequeñas artistas y artesanas de la música caminamos sobre tierras movedizas desde el 2007, año en el que la crisis alcanzó su momento de efervescencia máxima.

La preocupación por no llegar a fin de mes propició que la gente dejara de gastar en ocio y cultura. Es lógico y razonable pero, a la larga, todos sabemos que un país sin cultura es un país sin alma.

El cambio de formato, y el hundimiento de decenas de discográficas, obligó a que muchos músicos nos viéramos obligados a auto editarnos o a crear pequeños sellos-plataforma desde los que dar a conocer nuestros trabajos.

Además, el temido “usar y tirar” de las grandes multinacionales que apostaban por artistas sólo durante pocas semanas y si no funcionaban los dejaban estrellarse, propició que muchos músicos se decantaran por el negocio independiente.

A este cocktail le añadimos que, de forma masiva, la sociedad decide que la música no debe costar nada, que debe ser gratuita, la música no debe costar nada, que debe ser gratuita,y de golpe nos convertimos en el país con mayor índice de pirateo de toda Europa.

Pasamos del pirateo masivo a la voluntad del señor “Spoty” que en absoluto tiene un trato justo con los pequeños artistas, pero que, por supuesto, es una manera de tranquilizar nuestras conciencias frente al descarado robo que suponía el pirateo.

Nadie nos pregunta lo que debe costar una canción, como se le pregunta al panadero lo que le cuesta la barra de pan que hornea. Simplemente la gente deja de comprar, o la coge sin pagar. Tampoco nosotras supimos alzar nuestra voz con suficiente fuerza. Es por todos sabido que el artista tiene energía para luchar por cualquier causa menos por la suya propia.

Y si lo hubiéramos hecho, me pregunto si eso hubiera cambiado algo. Nunca lo sabremos.

Al principio, de hecho, tratamos de ser positivas y optimistas frente a los grandes cambios que se nos venían encima. Bendita inocencia. Pero la realidad era que se estaba produciendo un hundimiento sin precedentes, el fin de un modelo. Un modelo, todo sea dicho, más o menos justo, pero que había imperado durante décadas y que había alcanzado su apogeo en los años ochenta, y noventa. Y como cualquier fin, urgió la necesidad de inventar un modelo alternativo que fuera de la mano de las nuevas tecnologías. Pero lo cierto es que nadie tenía ni idea de cuál era la dirección a seguir.

Las nuevas tecnologías nos seducen con impulsar nuestras carreras fuera del panorama nacional y abrinos a nuevos mercados. Gracias a internet una puede fantasear con ser escuchada en lugares remotos, pero, a fin de cuentas, a menudo terminamos perdiéndonos en la inmensidad de la Nada Internáutica. "Tengo un montón de seguidores en Indonesia, pero de poco me sirve si aquí no sueno, ni me contratan".

A mi parecer, la falta de “límites”, y el “mirar hacia otra parte” de una sociedad con una tendencia a no valorar lo suficiente la propiedad intelectual en concreto, ni el arte en general, han precipitado el fin del negocio musical.Todos hemos sido responsables en mayor o menor medida de este final.

El fin del negocio, entendiendo negocio como transacción en la que hay una posibilidad de ganarse la vida. Y ahora se produce una paradoja; hay mejor acceso y más música que nunca al alcance de todos, pero pocos son los que pueden vivir de ella, y desde luego los artistas son los que menos pueden. Por ello tienen que diversificar su esfuerzo y formar parte de distintos proyectos; sólo el músico "mercenario" logra, a duras penas, poder vivir de la música.

Recuerdo una noche, en un camerino, que escuché de la boca de un grande de la música el concepto de "obrero de la música". Ahora todos somos obreros de la música, le dijo Juan Perro a uno de sus músicos, y yo pensé que era el término acertado.

Pero eso no quita que la pequeña artista, artesana, fotógrafa, diseñadora, realizadora de..., técnico de sonido…empresaria, y webmaster, termine sintiéndose casi transparente frente a una sociedad que no sólo se queda de brazos cruzados, sino que ni se plantea su problemática.

Como bien dice Gèrard de Nerval, la melancolía es una enfermedad que consiste en ver las cosas como son. Para un músico, además, es algo mucho más importante; la melancolía es la fuente de la que surgen las canciones más hermosas, aunque ya nadie quiera pagar por ellas.

Actualmente, lo único que queda es: aceptar la realidad, mantenernos en la música con la finalidad de mejorarnos a nosotras mismas, y, tal vez, recuperar la esencia de hacer música que no es otra que desarrollar nuestra sensibilidad y capacidad de juego. Hacer música, en definitiva, sólo por amor al arte.