Dicen que es más fácil dar alcance a un mentiroso que a un cojo. Los acuerdos adoptados en el seno del consejo de administración del Mallorca el pasado lunes han tenido una vigencia de setenta y dos horas. La película de indios explicada por el presidente Jaume Cladera en rueda de prensa posterior ni siquiera se ha llegado a estrenar. Y la filtración de documentos internos del club prueba que la guerra es a muerte y va a haber víctimas colaterales.
Mal momento el elegido para reanudar las hostilidades. Al parecer los egos personales están por encima del interés del club. Ahora que el fichaje del técnico Joaquín Caparrós había generado una ilusión sorprendente entre una sufrida afición acostumbrada a sobrevivir en medio del permanente caos de la institución, nos vemos obligados a asistir a un duelo fratricida que roba protagonismo a lo verdaderamente importante. Y, lo peor, todo en nombre del Mallorca.
En medio de la carnaza que flota sobre el océano a la espera de los tiburones, pasan desapercibidas las maniobras del barco al que el nuevo entrenador intenta cambiar de rumbo tras el paso de Laudrup. Y también actuaciones de signo positivo como el acuerdo con el tour operador, TUI, que, independientemente del resultado que dé, es una ayuda más al proyecto mallorquinista.
Los árbitros de la contienda, es decir la administración concursal, dialogan con los jugadores sin atreverse a mostrar ninguna tarjeta. Hace tiempo que el partido se les ha ido de las manos. El concurso de acreedores, más que una solución a la grave situación por la que atraviesa el club, ha derivado en una pesadilla que, con el paso del tiempo, se ha demostrado absolutamente innecesario. Tiempos para no ver, no oir y no callar.