“Medio kilo de azúcar, un kilo de judías, otro de arroz, una tajada de ese animal desconocido que se llama cerdo, dos hermosos chorizos…y nada mas”.
Madrid, 1949. España está inmersa en la posguerra, época de hambres y desasosiegos. Esa es la geografía donde Arturo Barea desarrolla “La raíz rota”, escrito en el exilio sobre un Madrid que Barea no ha conocido más que de conversaciones con amigso y familiares que vienen a visitarlo a la campiña inglesa, ya que él había dejado nuestro país el año 38.
El hambre vuelve a colocarse como primer gran estandarte de una España triste y maltrecha donde aparece un tipo de personaje, el estraperlista, que indica la moral media que reina en aquellos años grises y repletos de miedo, donde sotanas y militares pintan un paisaje nada tranquilizador.
Tanta hambre hay que en la zona de Cádiz se llaman “papas de escándalo” a unas patatas con unas verduritas: “Como estaría la cosa que unas pocas papas aderezadas con el tripartito mediterráneo: cebolla, pimiento y tomate, eran tal alegría que se consideraban un escándalo” , en palabras del estudioso gaditano José Monforte.
La posguerra española ha sido época de sopitas, de lentejas, o de “arroz con piedra”.
“Y menos mal que he podido traerle los huesos. Un durito me han costado, pero son muy hermosos, tres huesos de tuétano que puede usted hacer una olla con caldo”
Como queda reflejado también en la obra de Dulce Chacón “La voz dormida”, la variación de alimentos con que el ciudadano de a pie se encuentra son escasos, y sus precios llegan costar como el salario de un trabajador. “Ella lo untó con aceite de una lata de sardinas y lo vendió en la Puerta del Sol (Madrid). Un bocadillo con sabor a sardina, voceó, y lo vendió enseguida”.
El café o el jamón llegaba a costas 90 o 100 pesetas kilo. Aunque el ingenio popular lograban realizar cafés con otros cereales, con cebada tostada, con algarrobas o hasta con cáscara de cacahuetes. Esta imposibilidad de adquirir ciertos alimentos hace que una figura como la del estraperlista aparezca y se convierta en un personaje frecuente en una sociedad donde nadie parece ser el que es.
Antolín Moreno, protagonista de “La raíz rota”, viene de Londres a un Madrid diezmado espiritual y fácticamente, para tratar de recuperar su familia. Pero lo que se encuentra es un paisaje familiar desolado y doloroso para alguien con ideologías claras y combativas.
La hambruna de la posguerra española se fue curando con imaginación. Y con el final del bloqueo en el año 52 al gobierno fascista de ese personaje que chirriaba de Franco.
El invento de las sopas de ajo, los aros de cebolla rebozados que se llamaban eufemísticamente “calamares de campo”, o como escribía Ignacio Domenech en su libro “cocina de recursos”, 'hojas de remolacha con tocino y maní o cacahuetes'.
En “la raíz rota” la gastronomía es otra radiografía de una sociedad herida, necesitada, pero que prefiere degradarse a dejarse llevar. Cada uno practica sus derrotas como puede, y hay quien las lee como una fuente de enriquecerse a costa de los demás. Leer el pasado es una forma de tratar de no volver a cometer los errores cometidos.