La polvareda que entraba en el salón de Traperia 30 provenía, en aquél PAC primero, de esa delicada obra de arte de la montaña de tierras de derribos coronada por un hoyo de gol con su banderita y todo. Durante un tiempo la cultura brillante que el Consejero de Cultura Pedro Alberto Cruz se empeñó en poner en marcha fue así: polvo que enturbiaba la cotidianidad más que darle brillo. Tras muchos esfuerzo ha desistido dejar el páramo en que nos hemos convertido para lanzarse de lleno, con los mismos discursos, a por el tema turístico.
Si a la cultura regional no se le ha hecho el caso que merece, apostando por fuegos de artificio, ¿qué amenazas van a caer ahora sobre el deteriorado espectro turístico de una comunidad que lanza a bombo y platillo que su mayor plan de regeneración será un parque de atracciones, carpa de circo, y no quiere mirarse frente al espejo, para reconocer su inexistencia en el mercado nacional, por mucho que cuatro cocineros, en cuarenta minutos, participen en el segundo escenario del evento gastronómico Madrid Fusión?.
Editoriales que no publican. Sellos discográficos que no editan. Teatros que no acaban de ser reparados. La cultura de la calle que ha sido olvidada.
Ahora qué sucederá con un centro que costó unos buenos dineros y marca el futuro de la formación hostelera a base, principalmente, de cursos divididos y descuartizados del Sef para alargar su número de participantes.
El turismo debe de comenzar por la formación. Lo mismo que la cultura. Y aquí hace falta un diálogo abierto, donde las susceptibilidades no se sientan heridas por las críticas. Que es lo típico, y nosotros parece que estamos obligados a ser “No Typical”.