Ara Malikian es uno de los más brillantes y aplaudidos violinistas del momento. Poseedor de un estilo propio, ha puesto su virtuosismo al servicio de Yllana, el grupo madrileño sinónimo de carcajada. Su causa es bien seria: reinventar la solemnidad de los recitales de clásica. Pagagnini, el espectáculo, se instalará en el Auditòrium del 6 al 8 de noviembre.

–¿Por qué la música clásica a muchos les resulta aburrida?

–Por el modo en que la presentamos. Los primeros culpables somos los intérpretes. En 150 años no hemos evolucionado. La música clásica es maravillosa, pero hay que servirla al público con alegría y sin tanto ceremonial. Hago clásica como yo la entiendo y no de la manera que imponen las reglas.

–¿A quién va dirigido su des-concierto?

–A todos los públicos. Ofrecemos una mirada diferente sobre Mozart, Vivaldi, Sarasate y otros compositores. La música clásica no es intocable ni incomprensible.

–Retirémosle la etiqueta de ´culta´.

–Cuando alguien no la entiende se le tilda de inculta, y es al revés. Los intérpretes tenemos que tratar de convencer de que no hay público entendido. Hemos de cambiar nuestra arrogancia.

–¿Por qué Paganini?

–Porque revolucionó el violín. Creó un nuevo estilo, fue el primer virtuoso y utilizó su técnica para emocionar. Con este montaje le rendimos un pequeño homenaje.

–Se dice que sus conciertos eran ante todo puro espectáculo.

–Era un showman. Durante sus recitales establecía pactos con el diablo o contrataba a mujeres para que se desmayaran entre el público.

–¿Por qué eligió el violín y no otro instrumento?

–Escogí el violín por mi padre. Siendo yo un niño me regalo uno de juguete. Él lo tocaba por afición y me enseñó los rudimentos hasta que salí de Líbano en 1984. Después, en Alemania e Inglaterra, trabajé las bases técnicas.

–¿Qué tiene el violín que no tenga otro instrumento?

–Es un instrumento que tiene su propia sensibilidad, es el más abierto, el que ofrece más posibilidades, el más cercano a la voz y el único que está presente en todas las culturas del mundo: la china, árabe, celta, hindú...

–Yllana, ¿una escuela del humor?

–Trabajar con ellos es maravilloso. Los músicos tenemos tendencia a pensar únicamente en nuestra música. No pensamos en el cuerpo, en la presencia escénica. Yllana me ha enseñado que no sólo cuenta lo que sale del instrumento.

–¿A qué edad dio su primer concierto?

–Con doce años, en el Líbano. Era el único violinista joven. No fui un niño prodigio.

–¿Qué podemos aprender del público infantil?

–Es el público con el que me siento más a gusto. Me impresiona mucho su honestidad.

Creo que es el público con el que más he aprendido, porque no tienen ningún prejuicio a la hora de decir si les gusto o no. Lanzan los comentarios durante la actuación. Si les agrado, se ríen y aplauden; y si les aburro, se van.

–¿Por qué hay músicos que no emocionan, que no conectan con su auditorio?

–Eso ocurre cuando la música se hace sin ilusión.

–Clásica, jazz, bandas sonoras, tango, flamenco... ¿Le queda algo por probar?

–Muchísimo. No me bastaría cincuenta vidas para hacer todo lo que tengo pensado. Quiero seguir soñando.

–¿Por qué ha dejado de dar clases?

–Lo dejé hace dos años. Para impartir clases necesitas involucrarte mucho y a mí me faltaba el tiempo. En cualquier caso creo que un alumno no debe hacer caso a su profesor. Escuchar con demasiada seriedad a un maestro puede resultar negativo. La suerte es que te toque un profesor inteligente. Yo he tenido malas experiencias en este sentido.

–¿De qué compositor podemos sacar pecho los mallorquines?

–De Joan Valent, sin duda. Tenéis un compositor sobresaliente, con experiencia en el extranjero, con una música muy personal, que no copia a nadie, con voz propia. Su talento es enorme.