El desorientado y espiritual ´hombre del traje gris´ nunca fue Gregory Peck, sino Leonard Cohen; a pesar de vestir de negro, de los pies al corazón. Budista burgués, flacucho galán y escritor sin lugar claro en el mundo, se hizo cantante para ganarse la vida, un inevitable maltrago que decidió aliviar versando sobre sobre sus Ellas, esperanzas fragmentadas y anhelos de verdad. Y también, claro, con algo de farmacia. El canadiense, ya longevo, confirmó anoche que la edad se le filtra por la mirada, imposible ser el seductor perfecto a los casi 75. Con todo, conferencia de veterano en un Palma Arena que jamás sonó tan bien. No canta esponjoso el señor Cohen, porque en realidad jamás lo hizo. Acaso runrunea refinado. Susurra, entre tierno y contundente, como insistió ayer entre desgarros malditos y esos matices de ironía cáustica con la que aligera su pesimismo. Poeta, ante todo y sobre todo, las tres horas de tertulia escénica no se le quedaron grandes al que nunca fue novio de la bailarina Suzzane Verdal. Se agotó allí arriba el men in black más dandy, llevando al límite su aparente y delgada fragilidad. Dos décadas después por poco no llenó en Mallorca, aunque se disculpan los vacíos porque es artista de carrera paralela, auténtica y antipática. Y porque el capricho costaba lo suyo. Algo más de 3.000 personas sí le aplaudieron con sinceridad. La misma con la que él agradeció su escucha quitándose el sombrero una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. En zona vip, y habiéndose rascado los bolsillos: las infantas Elena y Cristina, Iñaki Urdangarín y Rosario Nadal con Kyril de Bulgaria. Cerca, los hermanos Trueba, David y Fernando. Y hombres de letras, como José Carlos Llop, Hilari de Cara y Agustín Fernández Mallo.

Salmodiar poesía en un velódromo es como rapear en un teatro, poco ajustado, aunque no inviable. Así quedó demostrado desde la primera de la 25 canciones de la noche, un Dance me to the end of love que confirmó a Cohen –arrodillado trar entrar corriendo– con ganas de gustarse y de gustar. Continuó The Future, algo muerto para él, con unos coros deliciosos y un escueto "muchas gracias" final. Ain´t no cure for love sonó la tercera, aplaudida un poco más. Después pausa, para la palabra sola: "Es un placer tocar para vosotros. No sabemos cuando se podrá repetir, así que vamos a daros todo lo que tenemos dentro". Habló el maestro por él y por los nueve que le acompañan y le hacen mucho mejor.

Everybody knows. In my secret life ("ja, ja, ja!") y Who by fire, con iniciático solo flamenco del guitarrista aragonés Javier Mas. Triste en contenido, Heart with no companion. Waiting for the miracle y poesía sin artificios con Anthem, para hablar de que todo es susceptible de caer por un agujero.

Llegó la pausa, quince minutos, reiniciada con Tower of song y la necesaria Suzzane, con don Cohen a la guitarra. Sister of mercy, Lady midnight y The partisan, solo un poco antes de Boogie Street y otro trío de obligatorias: Hallelujah, I´m your man y Take this waltz. Sobran las palabras para describirlo. Tras un amago de fuga, los bises, que ya se esperaban. El primero, So long Marianne y First we take Manhattan. De segundo, Famous Blue Raincoat y Closing Time. El adiós, con I tried to leave you y Whither Thou Goest. Bravo para el artista y sus músicos. Y olé para el público que levitó, y que hoy tiene motivos para sentirse un poco más mayor que ayer.