Visita Mallorca cada veinte años, las dos últimas veces cantando. Suponiendo que cante. Recitando, o mejor rezando, el oratorio de su desolación redentora. Con Leonard Cohen somos más exigentes que con otros artistas, o tan exigentes como debiéramos serlo con otros artistas. El hermano de la caridad ha filtrado los sentimientos absolutos, ha explorado las fronteras entre la amistad y el sexo. Sabe más de lo que calla, mide sus palabras en versos delicados como balazos. Bises sin despedida. Hasta de aquí a veinte años. Si así se cumple su voluntad.