Mario Conde sigue conservando y luciendo los polos marineros de regata con el logotipo de Banesto. Ya no fuma, toma cola light y medita a diario. Ojos enrojecidos por una leve enfermedad ocular que en algunos momentos llena de lágrimas tristes pero que muestran la fuerza y la ilusión por un futuro que intuye muy distinto al caos actual que ya vaticinó a principios de los noventa, en el esplendor de su poder social y económico y antes de su salida forzada de la presidencia del banco que hoy dirige Ana Patricia Botín, sus muchos años de cárcel y la trágica muerte de su esposa al poco tiempo de reanudar una convivencia que duró treinta y cuatro años. No se siente maltratado por la vida, tampoco siente rencor por aquellos que en el pasado le atacaron. No vive de recuerdos, pero sí de experiencias. Antes de salir a navegar en su barco amarrado en el Port d´Alcúdia comparte con DIARIO de MALLORCA sus vivencias de los últimos catorce años, su amor por la isla, analiza el presente y habla de un futuro difícil y prometedor, incluso de su relación con Dios.

–¿Por qué sigue luciendo el logotipo del que fuera su banco, Banesto?, ¿no le trae recuerdos amargos?

–Puede ser un mensaje a los nuevos directores… No tengo miedo a revolver aspectos del pasado. Banesto fue una etapa muy importante de mi vida en muchos aspectos. El sufrimiento de una persona depende del recuerdo de algo que has hecho mal o has dejado de hacer. En relación con el banco supongo que habré hecho cosas mal porque cada vez que decides te equivocas, pero en el conjunto creo que hice las cosas como me correspondía. Me llegan constantemente posicionamientos a mi favor de personas que trabajaban conmigo. No renuncio a nada de mi pasado y, aunque me costara la cárcel durante muchos años, me siento muy orgulloso.

–¿Echa de menos esa etapa de poder?

–No. La vida se construye a golpes. En mis planes no estaba ser presidente de banco, ni siquiera ser financiero. No es lo que me gusta. Me gusta la intelectualidad y el derecho, y en el campo económico el mundo de la industria. Nunca me ha parecido atractiva la banca. Imagínese que hubiera seguido siendo presidente de uno de los grandes bancos españoles o europeos, estaría horrorizado con la que está cayendo, obsesionado con de dónde saco la liquidez y esas cosas. Menos mal que ya no estoy en ese puesto.

–¿Cómo analiza lo que está pasando en la economía mundial?

–En 1992, ante el Papa, y en 1993, ante el Rey, dije que estábamos en un modelo de capitalismo financiero que si lo dejábamos en manos del mercado era cuestión de tiempo que nos estallara como así ha sido. Entonces empecé a desarrollar una idea que básicamente dice que el discurso de la eficiencia económica era una falacia, que había que conseguir una eficiencia social. Se trata de vivir en comunidad y razonablemente felices y si para eso se necesita ser un poco ineficientes económicamente pues bendito sea. La banca se estaba olvidando de hacer lo que tocaba, que era prestar a las empresas y se estaba metiendo en el lío de la riqueza financiera que en realidad nunca supe que era. Una falacia que nos ha costado un disgusto mundial. Ha habido un olvido de las empresas y además una codicia desmedida.

–Usted formaba parte de todo este engranaje.

–Lo que ha estallado es todo el sistema y con carácter irreversible. Si después de haber ensayado toda esta ortodoxia económica hemos llegado a producir cuatro millones de parados significa que hemos fracasado y provocado angustia en la gente. Hemos producido un sistema en el que la banca por sus problemas está provocando cierres de empresas que iban bien y hoy están sin financiar. No supimos ver la experiencia de Argentina donde una nación rica acabó con quince millones de pobres. Entramos en el euro sin que la sociedad supiera qué es lo que estaba pasando. Vivimos un proceso de construcción de Europa absolutamente irreal, un tinglado virtual. Hoy hay dos tendencias: unos, los asustados, quieren que todo vuelva a ser como antes; y otros que estamos pensando por dónde van a ir las cosas conscientes de que nada será ya igual. Si volviéramos a lo mismo estallaría de nuevo y no habríamos conseguido avanzar.

–¿Hacia dónde nos dirigimos?

–Creo que vamos a una revuelta social. Hay violencia contenida y a día de hoy solo controlable. A mí se me ponen los pelos de punta cuando veo que en la crisis más importante que hemos creado las universidades y las academias callan, incluso callan los intelectuales que hasta hace nada presumían y que lo único que han sido capaces de decir es que la solución es el despido libre. Hemos construido una sociedad yerma, desprovista de cualquier aparato institucional donde frente al poder del estado está el individuo asustado. Hemos construido empresas endebles que dependen del sistema financiero, bancos centrales de todo el mundo dirigidos por funcionarios que nunca han sentido la angustia de cobrar o no un salario a final de mes. Nos dirigen personas que desconocen la angustia de ser empresario y que si se equivocan no pasa nada.

–Ese era su mundo.

–Claro, y estuve hablando de ello. En 1994 escribí El sistema, donde describía esto. Nos hemos convertido en una sociedad de franco-tiradores de sálvese el que pueda y esto va a provocar una convulsión social muy seria. Pero es muy bueno, se lo garantizo, porque el capitalismo financiero como lo tenemos afortunadamente no va a volver. Volveremos a fabricar riqueza financiada por los bancos. El banquero no es el dueño del mundo, solo un gestor del dinero de la comunidad. El empresario debe recuperar el valor social del crédito. Es un crimen que se estén muriendo las empresas. Alguien dijo que para ser banquero había que tener instinto criminal, estoy de acuerdo.

–¿Cuándo se arreglará este desaguisado?

–Primero hay que dar trabajo a los cuatro millones de parados que tenemos, que son personas, no números interpretados como déficit público. Detrás de cada parado hay un hombre frustrado, que ha perdido su autoestima. No se puede crear una sociedad de gente frustrada porque entonces la violencia contenida pasará a ser expresada.

–¿Habrá una revolución?

–Ya está en marcha en el sentido que la sociedad no está dispuesta a volver al modelo de capitalismo salvaje porque lo está pagando en su día a día a cambio de mucha infelicidad. Se necesita un cambio profundo que es volver al modo de siempre. A mí se me acusó de prestar dinero a las empresas como si fuera pecado mortal. ¿Qué esta pasando hoy? El dogma que consumimos nos ha hecho vagos, no pensamos que hay una sociedad nueva que ve pasar cadáveres que aún no saben que están muertos. Todo poder tiene la obligación de hacer las cosas bien y transmitirlo como proyecto de futuro.

–¿Esto usted lo ha vivido sabiéndose icono de una época?

–Sí y me sorprende. Estoy curado casi de toda vanidad. Vanidad es superar a la media y que te descubran. He vivido diez vidas al mismo tiempo. He sabido estar en la banca, en la cárcel y he sido perseguido por el Estado.

–¿Cómo ha sobrevivido?

–Teniendo una idea clara del porqué estás ahí. Yo estaba porque en un momento determinado en España se produce una confluencia de intereses políticos y no les interesaba que estuviera ahí. Nadie me obligó. Nunca en nuestra historia ha ocurrido que el arco parlamentario al completo se pusiera de acuerdo, en horas, para sacarme de ahí. Es algo insólito. Pero también es insólito que el mundo viniera a darme la razón tan pronto. Hoy día podrían estar todos los banqueros en la situación en la que yo estuve pero no interesa. Hoy el ministro Solbes no quiere hablar de lo de Banesto. Es una contradicción insólita y constante.

–¿Tenía demasiado poder?

–A la vista está que demasiado. Hoy todavía me sorprende el grado de enraizamiento que hay en la sociedad. No es vanidad. Creo que la sociedad española es consciente de lo equivocada que estuvo con todo aquello. Se me acusó injustamente y nadie me defendió. La gente callaba asustaba. Ahora ve que he salido adelante. Me han pasado las cosas más duras pero no siento rencor y sí ilusión para crear una sociedad mejor, más feliz.

–¿No es utópico?

– Si no consumes utopía consumes basura. El poder de una idea es inmenso. Cuando pesan más los recuerdos que las ilusiones es que estás a punto de morir. Hay que renovar ilusiones y emociones continuamente.

–¿Qué significa Pollença en su vida?

–Mucho. Era el pueblo de mi mujer y mío. Lourdes quiso morir en Mallorca. Pollença también es el reflejo de lo que antes comentaba. Cuando ves el casino, El Club, vacío, que antes era el punto de encuentro, donde la gente charlaba y debatía, entristece. Hoy no se habla, se corre. Las estructuras de comunicación no existen. Vivimos en una sociedad de individuos aislados condenada al fracaso. Hay que recuperar el sentido de lo comunitario, de lo convivencial.

–¿La muerte de su esposa fue lo último?

–En la cárcel sale lo que eres. Yo aprendí a ser como en verdad era. La vida me ha ofrecido la oportunidad de someterme a tal burrada de pruebas duras que he aprendido a ser, a aguantar. He probado mi fortaleza. Nunca he querido bajar la cabeza y mire que me lo han pedido, pero no puedo. La bajo ante la verdad pero no ante el dogma y la tiranía. La muerte de Lourdes fue una bestialidad. Mi mujer adoraba esto, se empeñó en morir en su Mallorca, todavía tengo el alma agitada. No vine por el Rey, ya llevaba quince años aquí cuando fui elegido presidente de Banesto. En el año ochenta compramos una casa en Pollença, Can Poletá. Quise saber de dónde venía el nombre y averigüé gracias a una higuera que era casa del napolitano, porque al igual que los árabes plantan una palmera frente a la casa los napolitanos plantan una higuera, y ahí está desde hace siglos. Esto me reconcilia con el hombre, la permanencia, formar parte del proyecto humano. La humanidad no acaba ni empieza en ti. Si miro hacia atrás me doy cuenta de lo afortunado que he sido teniendo 34 años de convivencia espléndida con mi mujer. Dios no es imprescindible para los hombres, si no existe nosotros seguiremos aquí, en cambio. El sí que sin nosotros no es nadie. Mi concepto de Dios es la ausencia de tormento interior, la paz del espíritu, por eso medito a diario.

–Hará de pregonero en Caimari.

– Hablaré del concepto de foraster, pero del mallorquín forastero en su propia tierra porque la ha maltratado. Yo quería tanto a Mallorca que quise crear una fundación para derrumbar construcciones que ofendían a la isla, pero lo del banco lo frustró.