Las alteraciones ambientales derivadas de la contaminación, la degradación ambiental, la deforestación y la pérdida de biodiversidad no sólo afectan a los ecosistemas y al clima, sino que son además una amenaza directa para la salud, especialmente la de los colectivos más vulnerables.

De hecho, la calidad del aire que respiramos, el agua que consumimos y los alimentos que ingerimos contienen toda clase de tóxicos y residuos, incluso metales pesados, según el informe "Alimentación, Medio Ambiente y Salud", realizado por el Observatorio DKV y la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES).

Aunque en bajas cantidades, nuestra dieta incluye unos 150 microgramos de plomo al día (que se ingieren a través de ostras, mejillones o cereales), cadmio (tabaco, moluscos, cangrejos, verduras, setas, champiñones y verdura), arsénico (pescados y mariscos) o el mercurio (pescados), explica el informe.

Además, a través de los plaguicidas y los compuestos tóxicos y químicos que están en suspensión en el ambiente y que son inhalados o ingeridos por el organismo humano, los Compuestos Orgánicos Persistentes o COPs entran en los tejidos grasos del cuerpo y se acumulan durante toda una vida.

El agua tampoco se salva, según el informe, ya que este líquido contiene sustancias, partículas disueltas y microorganismos que pueden alterar y tener efectos nocivos sobre nuestro organismo y causar numerosas infecciones.

No obstante, en países desarrollados como España, las infraestructuras sanitarias y el tratamiento de las aguas ha logrado importantes mejoras sobre la salud de los habitantes pero en los países en vías de desarrollo este escaso bien sigue siendo un reto que se cobra millones de vidas cada año.

Los hábitos alimentarios del primer mundo y sus políticas agrícolas y ganaderas también son responsables de la contaminación y la desnutrición, ya que, como recuerda el informe, dos tercios de toda la superficie cultivada en el mundo se destina a alimentar al ganado que se consume sólo en los países desarrollados.

Por todo ello, el informe recuerda que proteger y conservar la tierra y los ecosistemas de los que depende nuestra existencia y la de las generaciones futuras es fundamental no sólo para acabar con la pobreza y las desigualdades, sino para proteger nuestra salud.