María González Juan (Palma, 1996) es toda una cuentista. Inevitable, sus doce años remiten a los de Laura Gallego, a la que también lee y admira; otrora novelista precoz, que no logró publicar hasta los 21. Afincada en Asturias desde hace un lustro, la menuda escritora cursa primero de secundaria. Regresará el martes, para presentar cuatro de sus relatos en la Biblioteca Can Sales (19.00 horas), recogidos como Las aventuras de Bemunita (Editorial Club Universitario). Su primer libro, sesenta páginas. Que no lo primero que escribe.

"Está muy contenta". Y "quiere ser escritora", entre otras cosas, adelanta la madre, menguando las expectativas, porque nota a su hija algo "abrumada". "Escribe muy bien", confirma Francisca Juan, una percepción que traspasa familia, extensible al que lee los textos de su hija. "Son dignos de ser publicados", parafrasea, recordando a Elia Frías, la literata que presentó los cuentos de María a las editoriales. El Grupo SM declinó, por una cuestión de edad, aunque les animó al Premio Jordi Sierra i Fabra. Editorial Club Universitario sí validó el interés, traducido en una primera tirada de mil ejemplares, pronto en las librerías; las iniciáticas aventuras de una cabra huérfana adoptada por un rebaño de vacas. Con todo, siempre "discreta", "lo que más ilusión le hace es ver el libro en las bibliotecas de sus colegio", ahora el Internacional de Meres, antes el Luis Vives.

"Empezó escribiendo la continuación de El Señor de los Anillos", desembucha Francisca Juan, retrocediendo en el tiempo una Semana Santa exacta. "Me intrigaba saber lo que pasa después", argumenta María. Fueron los padres los que le sugirieron abandonar la empresa, "empezar por algo más cortito". Su hija les hizo caso, y retomó a su Bemunita, ya imaginada siendo aún más joven, cuando también escribía poemas, "cantares" en el presente. "Es posible que vengan más aventuras", pronostica la autora, que ya tiene en mente más correrías para la cabra. También "un libro de campo", donde analizará las plantas, a modo de dietario.

"Me gusta más el paisaje verde de Asturias, aunque Mallorca también está muy bien". María añora su isla, promete, con dejes asturianos que la confirman integrada allí. En casa, matiza la madre, se sigue hablando mallorquín. "Te quedas con las ganas", confiesa, de poder compartir lo leído con los amigos, normalmente unas páginas o libros por detrás. Es "exageradamente lectora", corrobora Francisca. "Le gusta más que jugar", ilustra, evocando que en el Meres terminaron riñendo a su hija por saltarse los recreos. Ella lo confirma y lo sabe corregido, pero se justifica: "Es difícil dejar un libro cuando está en un momento emocionante". Razón de peso, cuando uno devora la Fantasía de Tolkien, la Ciencia o la Historia.

Pero María, matiza la madre, no sólo vive de letras. También pinta, monta a caballo, escucha música, hace teatro o juega a la pelota, de tenis. Quizá "no entra en los estereotipos de una niña de su edad", constata Francisca. Ella, que se ve como una estudiante "normal", sólo ha decidido prescindir de la tele. Con la excepción de Lo Simpsons y del Disney Channel.