Encaro el año con una entrevista al escritor Valentí Puig, ensayista de argumentos pulcros, higiénicos y cimentados sin resquicios, como envasados al vacío -en el mejor sentido de la expresión. Tenemos que hablar de su último volumen publicado: Moderantismo. Una reflexión para España. Puig conoce mi juventud, mi inexperiencia, y, pese a ello, me gusta ese respeto con que me habla. No es un divo con el que te sientes juzgado constantemente. Es un progresista de los de verdad, pero sin retórica de izquierdas. Confía en los esfuerzos realizados por el otro para hablar con él, confía en que detrás de cada una de las preguntas hay trabajo y sobre todo lectura.

Hay cosas que no comparto con Puig, por supuesto, pero su capacidad para formular argumentos termina por convencerte más que la propia naturaleza de las ideas. Él cree que las revoluciones, las rupturas no acarrean nada positivo para la sociedad. Al contrario de él, pienso que a veces es sólo a partir de ellas que es posible un nuevo nasciturus. El mundo busca con frecuencia su justicia a través de catástrofes, porque en cada una de ellas brota la semilla de una ulterior perfección.

Las reflexiones surcan sueltas, siempre hilvanadas por la cordura y sensatez orteguianas del docto escritor, alejado de talantes aporísticos -aunque creo que a la sazón se equivoca, pues a veces no hay que desechar enunciados que contengan inviabilidades de orden racional. Hablamos de un cuestión espinosa, de algo que muchos confunden con la oligarquía: la meritocracia. Este sistema implicaría el fin de privilegios que se ha armado alrededor de un estado tan burocratizado como el nuestro, donde los excesos de reglamentación en los puestos de trabajo (otorgar primacía a la antigüedad por encima de los resultados, por ejemplo) o en el acceso a subvenciones priorizan criterios que nada tienen que ver con la excelencia. Los méritos, las capacidades individuales, las aptitudes por encima de las actitudes deberían marcar la igualdad de oportunidades, una vez la democracia funciona y está asentada. "La meritocracia -como dice Puig- es un paso más dentro de la democracia". Los talentos en este país se encuentran desmoralizados. No encuentran mecanismos con los que despuntar. No hay mayor falta de libertad que la igualdad impuesta desde las diferentes instituciones sociales. La ecuanimidad sólo debe existir en el ofrecimiento al acceso a las oportunidades.

En estos días en que se han anunciado subidas en las tarifas de todos los servicios básicos como agua, luz o teléfono, recuerdo también el cuadro que dibuja Puig sobre la clase media. Hablamos de una post clase media, muy poco homogénea culturalmente y en intereses, que se mueve entre los privilegiados del conocimiento y la mano de obra sin cualificar -tienen casi los mismos honorarios-, que ya conoce destinos turísticos que antes sólo alcanzaba a visitar el pudiente y que consume productos gourmet, porque los encuentra en la gran superficie donde compra. Consumo, hasta en el amor. La sociedad nos lo pone fácil para consumir profilácticos, pero no sentimientos.