En el tercer y último concierto del festival Waiting for Waits el protagonista fue el romanticismo de una noche de julio. Y el culpable, el inglés Richard Hawley.

El Castillo de Bellver fue el escenario de uno de los conciertos del verano, quizá no el más popular, pero seguro que uno de los más sinceros.

Minutos antes del contacto visual con el artista, el amor no se palpaba en el ambiente. Un público curioso, ecléctico y sobretodo educado esperaba, sin prisas, a que las notas y los colores llenaran el recinto.

Veinte minutos sobrepasaban las diez de la noche y dos elegantes genios cruzaron el escenario de derecha a izquierda, Richard Hawley y su compañero Shez Sheridan.

Los aplausos por su presencia fueron los habituales, los de formalidad, pero luego llegaron los de agradecimiento. Se acomodaron delante de los 450 asistentes, cogieron sus dos guitarras acústicas, una de seis y otra de doce cuerdas. Y empezaron a regalar música sin más pretensiones que atravesar nuestras almas con una reverberación típica de las grabaciones del británico. El sonido era totalmente envolvente y su gravísima voz, su gran arma. No se echó de menos a su Big Band habitual, su destreza a la guitarra fue suficiente para reconocer, disfrutar y amar las quince canciones que cerraron el concierto. Entre ellas no faltaron sus grandes éxitos como la romántica Coles Corner o The Ocean de su cuarto disco o, Tonight the streets are ours de su último trabajo llamado Lady´s Bridge y por supuesto tampoco uno de sus clásicos Run for me de su tercer disco Lowedges. El músico aportó su granito de arena al festival con la versión de Tom Waits Gun Streer Girl, perteneciente a Rain Dogs.

El de Sheffield y Sheridan metieron al público en un sueño romántico y melancólico que sólo fue interrumpido entre una y otra pieza musical, cuando la ironía y el cariño de Richard invadían con chistes a unos oyentes con ganas de buena música.