En Ayapa, como se llama la comunidad, sólo Segovia e Isidro Velázquez, de 66 años, emplean el zoque ayapaneco, pero hace tiempo que ya no conversan entre ellos porque se enemistaron.

Segovia afirmó en una entrevista con Efe en el lugar que se dio cuenta de que esta lengua, que él aprendió de sus padres, morirá con ellos si no la enseña a los jóvenes de su pueblo.

Producto de su participación en dos diccionarios sobre el zoque ayapaneco, patrocinados por universidades de Estados Unidos, el anciano experimentó una inquietud por enseñar ese idioma.

"En las comunidades indígenas hay egoísmos, unos no quieren enseñar y otros no quieren aprender. No lo hablan porque les parece una vergüenza", dijo.

A principio de este año la casa de Manuel, una vivienda rústica construida con ladrillos y tejas, se llenó de reporteros que llegaron de todas partes para escucharlo hablar en la casi extinta lengua indígena.

Para poder grabar la conversación, los periodistas convencieron a Isidro de que visitara la casa de Manuel. Aquella vez fue la última que ambos cruzaron palabra, de momento.

Lo que pocos saben es que últimamente la relación entre Manuel e Isidro no es buena por un distanciamiento cuyo motivo es secreto.

Segovia ya prepara a su hijo José Manuel, de 27 años y que está postrado en silla de ruedas, para que le ayude la próxima semana cuando comience oficialmente el curso básico de zoque ayapaneco.

El anciano hará el dictado de las primeras palabras y el hijo las escribirá en una pizarra.

"Hoy lanzamos la convocatoria para darle clase a los jóvenes porque hay que motivar a hablar el ayapaneco, y si alguien nos quiere ayudar con materiales será bienvenido", dijo.

La casa de Manuel es pequeña. Apenas hay algunas sillas de madera, un altar con imágenes religiosas, un refrigerador y una mesa para restaurar santos.

Manuel ya participó en un proyecto estadounidense para documentar las lenguas de Mesoamérica, y realizó un par de viajes a Chicago y California para colaborar con doctores en lingüística que realizan un diccionario sobre el zoque ayapaneco.

A su esposa, María Concepción Velázquez, no le gustó la idea de que su marido dejase unos días Ayapa, un poblado sin agua ni alcantarillado y con una alta emigración, y menos que se subiera a un avión.

"Mi señora tenía miedo de que yo me fuera, cuando me fui a Chicago. Así son las mujeres, de todo se preocupan", dijo Manuel, cuya salud se ha visto afectada últimamente por presión alta.

Sus hermanos hablaban el ayapaneco, pero tras abandonar el pueblo les dio "vergüenza" usarlo y ya lo olvidaron.

Isidro Velázquez ya no sale de su casa, situada a 500 metros de la vivienda de Manuel. Recibe pocas visitas y poco ha hablado con los reporteros. Escuetamente dice que él se "agarra a la vida".

"Levantándome y cayéndome", agregó.

La desaparición de las lenguas es una problemática nacional, juzgó por su parte la delegada de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) en Tabasco, Daysi Marcín.

En Tabasco, aparte de español, se habla zoque, chol, náhuatl, tzetal y chontal.

De acuerdo con los Indicadores Socioeconómicos de los Pueblos Indígenas de 2000, en Tabasco habitan 130.896 indígenas, de los cuales 62.027 son hablantes de una lengua autóctona.

Según los cálculos del CDI, unos 10.000 indígenas han perdido su idioma materno.

"Los pueblos indígenas se van reduciendo. En Tabasco quienes más han conservado la lengua son los choles", aseguró la representante del CDI, quien apuntó también que hay quienes no saben hablar el español.

El organismo elaboró hace varios años un diccionario sobre el uso del náhuatl, después de que familias indígenas del poblado de Cupilco accedieran a participar en el proyecto.

"Entre los indígenas hay problemas sociales, económicos. Ahora ya vemos un interés por preservar las lenguas. Es importante promoverlas desde las instituciones. Tenemos que redoblar esfuerzos", concluyó Marcín.