En la puerta de cuadrillas, tres matadores desmonterados. En nuestras temporadas, esto, no es frecuente. Por otro lado, el atractivo del cartel se reflejó en los tendidos, aunque sin pasarse. En unos fugaces momentos, cuando sonaba el Pan y toros, se podía soñar con lo mejor, es decir, se podía esperar a los reyes magos.

¿Y qué ocurrió? El resultado, satisfactorio para una mayoría. Se otorgaron trofeos, hubo dos diestros que fueron paseados en hombros y todo quedó en una bella acuarela nocturna. Podemos decir que la campaña, en Palma, lleva la misma trayectoria de las anteriores y debería seguir siendo lo mismo.

Barroco, negro, número 94, de 450 kilos, de Victoriano del Río, rompió la plaza y, como estaba previsto, era el de la ceremonia. Digamos que, todos los restantes, desiguales en el peso, con cien kilos de diferencia, esto es, muy en la horma de ahora y que se aleja de las corridas parejas de antaño, detalle que era muy tenido en cuenta. Un encierro flojito, de los de una vara, aunque algunos se permitieron derribar y resultaron ideales para proporcionar laureles a sus matadores.

El toricantano, Jiménez Caballero, es un chico espigado y serio que tuvo un feliz ingreso en el escalafón superior y podrá decir, cuando cuente su historia, que es el único alternativado en Palma que se ganó la puerta grande, recibió a Barroco lanceado con los pies juntos. Después de la cesión, muy decidido, se fue al centro y empezó con estatuarios. Pese a la flojera y que el toro iba a menos, toreó con las dos manos, prodigando los naturales, con pectorales y desplantes. Una estocada, dos orejas y una gran ovación premiaron su primera faena como matador de toros.

Al sexto, que pelea mal con los montados, suenan unas protestas, pero el respetable le anima con unos palmoteos. Primero, con la diestra; luego, con la zurda, tiene que obligar. Sufre un desarme y hay un poco de barullo y el toro cae después del pinchazo y estocada. Jiménez Caballero, se va al centro y besa la arena. Y junto con su padrino salen en volandas.

El Cid era esperado con interés por parte de los aficionados. Lleva una buena temporada, con triunfos en plazas importantes. Saluda con buenas verónicas al segundo. El torete se queda y los adornos se alternan con dudas y abaniqueo. Mata de media y dos golpes de verduguillo. Saluda desde el tercio. En el cuarto, vuelve a lucirse con el percal. El animal acusa flojera y el torero sevillano emplea la derecha, reproduciendose los citados palmoteos verbeneros, propios de nuestro público. No regatea pinturerías, haciéndolo todo fácil. Tras una laboriosa preparación, acaba con una estocada. Ovación de gala, dos orejas y, según los rumores, figurará en el cartel de Inca, el próximo día 29. Sólo añadiremos que presentó una buena tarjeta y que puede aumentar la administración general.

Cayetano Rivera, admirado

El tercero, a pesar de la flojera, ocasiona un derribo y se ceba en la montura caída. Rivera Ordóñez, muletea sin convicción, pero con música. Acto seguido, se endereza con unas series de redondos. Desplantes, estocada y oreja. En el quinto, no se acopla, no le gusta. Por añadidura, mata de dos pinchazos y metisaca, acostándose el animal y levantándolo el puntillero. Descabello al primer intento. Y, naturalmente, unas palmas. De la terna, el menos favorecido.

El respetable, satisfecho. Con un final esperanzador ante lo que se avecina. Aparte, el acoso a Rivera Ordóñez, con un patio de cuadrillas desbordante de admiradoras. Así se escribe la historia.